—¿Cómo va tu embarazo Altagracia? —pregunta Doña Olga sentada en uno de los sillones de la sala. Había llegado bastante temprano, tanto así que casi lña recibimos en pijama.
Estaba igual o más emocionada que su nieta por conocerla y convivir con nosotros. Angélica ya le dio un tour por todo el departamento, claro que estuvieron largo rato en su habitación conociendo a todas y cada una de sus muñecas. Por supuesto ahí tenían también a Roma que no les perdía ni pie, ni pisada. Luis y yo preparábamos todo en la cocina en lo que ellas bajaban, Eunice y Moros no llegaban aun así que todavía teníamos tiempo para charlar un rato en la sala.
—Estupendo —le sonreí acariciando mi vientre—. Ya estoy en el segundo trimestre, las náuseas y mareos matutinos dijeron adiós —Luis llegó a mi lado dejando los vasos con jugo en la mesa de centro.
—Tienes suerte, José Luis me hizo devolver casi todo lo que comía hasta el momento de dar a luz —dijo nostálgica con su mirada en la de su hijo.
—Eunice, mi mejor amiga, dice lo mismo —reí—. Ella tiene siete meses de embarazo y de vez en cuando las náuseas regresan.
—Por cierto —interrumpió Luis—, ¿cuándo llegan? Se han tardado.
—Es cierto, deben de estar por llegar con alguna excusa —le contesté.
Estuvimos bastante tiempo charlando los cuatro en la sala, porque sí, Angie también se unió a nosotros para escuchar algunas de las historias que su abuela contaba acerca de la infancia de su padre, ambas prestábamos mucha atención a esas anécdotas ya que a Jose Luis no le agradaba contar cosas sobre su infancia y bueno algunas ni siquiera las recordaba.
Nuestros amigos llegaron minutos después e hicimos las presentaciones correspondientes, pero lo que más nos sorprendió fue que Eunice ya conociera a mi suegra, pues la había visitado un par de veces cuando era novia de John, quien también había llegado minutos antes que Eunice con su nueva novia, Mia.
John y Eunice hablaron largo rato un poco apartados de todos, lo raro aquí era que Matamoros no había sacado al macho alfa que llevaba en su interior para impedir que hablaran. Por supuesto estaba celoso, eso se notaba a leguas cuando apretaba los puños o tensionaba la mandíbula, pero nunca intervino.
—Estoy sorprendida —le susurré a Eunice mientras poníamos la mesa.
—¿Por? —me volteó a ver sin entender a qué me refería.
—John y tú hablando tranquilos en una esquina, su novia siendo raptada por Angie para jugar en su habitación y el padre de tu hija, además de futuro esposo, aguantándose los celos mientras intentaba distraerse hablando con Luis —hice una mueca dejando los cubiertos en su lugar—. ¿Me perdí de algo?
—Es que aún no supera el susto de hace rato —soltó una carcajada, pero yo seguía sin entender—. Es que no tuve tiempo de decirte nada, vinimos directo desde el hospital.
—¿Hospital? ¿Estás bien? —me preocupé.
—Sí, tuve contracciones falsas y pensamos que Emma llegaría.
—¡¿Qué?!
—Esa misma cara puso él cuando le dije —terminamos de alistar la mesa—. Afortunadamente eran falsas y todo está bien con la bebé, pero según la doctora tengo que estar preparada porque al ser primeriza el parto podría adelantarse y Emma puede ser prematura.
Todavía estaba en shock. ¿Cómo podía estar tan tranquila después de tener contracciones? Eran falsas, pero aun así no dejan de ser dolorosas.
—Sin comentarios —hice como si cerrara una cremallera en mis labios y fui a la sala—. Ya está lista la comida.
Todos ocupamos nuestros puestos en la mesa y comimos en medio de bromas, risas y uno que otro comentario lleno de sarcasmo y algo de ironía por parte de Moros. Angélica no dejaba de contarle cosas a su abuela, hablaba de todo un poco y esa luz en sus ojos dejaba ver su felicidad al convivir con su familia.