De regreso a casa todo es mejor, haber pasado un rato en la playa fue una de las mejores cosas que me han sucedido en estos días. Estar ahí observando aquellas olas que parecían perfectas, la suave brisa que por momentos se hacía fuerte, el azul del agua realizando una maravillosa combinación con el color del cielo, el paisaje, la compañía, la tranquilidad del lugar, la paz que refleja... Dejé tantos secretos y verdades en esa inmensa playa, que regreso a casa mucho más relajada.
No sé luego en que momento quedó todo en un agradable silencio durante el camino de vuelta, pero lo concluí con una cálida sonrisa para Moros y algunos minutos después mis ojos comenzaban a cerrarse poco a poco.
— ¡Hey! Alta, Altagracia. --siento que tocan mi brazo haciendo una leve presión para despertarme.
Voy abriendo mis ojos lentamente y era él, José Luis, sonrío inconscientemente al verlo.
— ¿Navarrete qué haces aquí? --pregunto sin entender lo que está sucediendo, solo observo que ambos estamos totalmente solos en mi habitación y con rapidez me levanto de la cama.
— Yo necesitaba verte. --acaricia mi rostro con su mano.
— Luis, por favor, yo no, no deseo verte. -mencioné y dejé de mirarlo.
— No me mientas ni te engañes más, sé que me extrañas tanto como yo a ti. Basta Altagracia, no puedo seguir con formalidades absurdas, ni que existan conversaciones superfluas entre nosotros. Yo te amo y de hoy no pasa que aclaremos todas las dudas que existen ¿Dónde esta esa Altagracia que adoro, mi Alta?
— Esa Altagracia ya no existe, ésta es mi nueva versión, es tu problema si quieres seguir pensando que aquella ingenua que te amaba con locura continua siendo la misma. Las cosas cambian, el tiempo pasa y es mejor que te marches, León puede venir en cualquier momento.
— Me interesa bien poco el imbécil ese, de aquí no me voy hasta que hablemos de todo.
— ¿Ah sí? ¿Cómo le vas a hacer, me vas a obligar? No pienso decir ni una palabra más. --lo desafíe.
— Si eso quieres, puedo hacerlo. --se acercó peligrosamente a mis labios, tanto que sentía lo agitado de su respiración-- Sé que mueres porque te bese y que así como yo no te saco de miente ni un segundo tu tampoco lo haces conmigo, vamos Altagracia, ni aunque lo niegues te lo creería.
— Eres un cínico de lo peor, una basura, un... --no me deja terminar y puso su mano encima de mi boca.
— ¿No que ya no ibas a hablar? --preguntó sin buscar respusta y se lanza sobre mis labios, me había acorralado hace un par de segundos contra la pared, con sus brazos firmes a cada lado de mi cuerpo, su dominante complexión frente a mí, su delicioso olor y su intensa mirada, quería contenerme y gritarle mil cosas, pero no me resistí a deleitarme con su apasionante beso, desde hace mucho no me sentía así y sé que luego me iba a arrepentir, pero no puedo negarme otra vez a lo que siento.
Al separarse de mí soltó una sonrisa triunfante.
— ¿Ves? Admite que ese idiota jamás te hará a sentir con un millón de caricias lo que yo con tan solo un beso. Nadie te puede amar como yo... --sus manos esta vez bajan a mis caderas y su boca roza mi cuello dejando un corto beso-- Te amo. --susurró cerca de mi oído y prosiguió a morder el lóbulo de mi oreja.
Por un momento cerré mis ojos para concentrarme por completo en el placer que sentía con su mínimo roce. Pero a la mente llegó el recuerdo de la niña y lo alejé de un solo empujón.
— No te acerques más, vete de aquí, dices amarme, pero nada te costó volver a rehacer tu vida, hasta familia te conseguiste en un abrir y cerrar de ojos. --aguanté las lágrimas para evitar soltar una delante de él y suspire profundamente.