¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Muchas veces metí a gente en los calabozos. Eran delincuentes en su mayoría, soldados que cometieron traición y un niño: Eren. Recuerdo cuando le traje comida la primera vez que lo encerraron. Fue a escondidas. Estaba segura que la comida que daban aquí debía ser fatal. Él necesitaba algo con más sabor.
֍
Me senté en el suelo y esperé a que el niño despertara. Seguía tirado en su cama, quizá preguntándose cómo había llegado hasta aquí.
—¿Eren Jeager?—pregunté esperando que esté despierto o consciente al menos.
—Sí.
—El chico titán. Prometo evitar que te maten. Aunque sería interesante ver lo que hay dentro de ti. —Caminó hacía mí y su expresión cambió totalmente al ver la comida—. Es tuya.
—Al menos eres más amable que los que vinieron antes. El capitán Erwin. —Agarró el pan y lo comió en tres bocados.
—También vino Levi Ackerman. —Observé cómo terminaba todo lo que le serví—. Se nota que tenías hambre.
—¿Instructora Veenstra?—Al parecer no me reconoció hasta que vio mi rostro con la luz.
—La misma. No he cambiado mucho. Tú sí. —Alcé las comisuras de mis labios.
—No sabía que podía hacer esto. Instructora...—Se inclinó hacía mí— ¿Es posible que se te regenere una pierna?
—Hay animales que pueden hacer eso. —Junté mi dedo indice con mis labios—. ¿Eres un animal y nunca nos lo dijiste?
—Si lo supiera, se lo diría. —Me pasó un poco de fruta pero meneé la cabeza, comí hace un rato—. ¿Me ayudará a salir de aquí?
—Como si tuviera la autoridad. —Chasquee la lengua, estiré mis piernas antes de salir—. Haré lo posible, por el momento, al menos te di comida.
֍
Es irónico pensar que un día estaría del otro lado de la reja.
Jalé la tela de mi vestido para romper la parte que estaba sucia. Detesto la suciedad, por eso mis uñas se mantienen cortas y lavo mis manos cada vez que puedo. Estar en un lugar tan sucio me da asco.
Sábanas finas, colchones cómodos, baños más grandes de lo esperado. Una vida de lujos innecesarios. Realmente no toleraba la suciedad en todo el tiempo que pasé en Paradis, me acostumbré a la limpieza. Ahora volví a lo mismo.
—Ven aquí—ordenó un soldado desde el pasillo.
—A mí no me encadenarán—dije desde mi posición, tenía las muñecas enrojecidas pese a las horas que estuve esperando pacientemente a que vengan por mí.