KATIA GREEN

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Londres, agosto de 2009


—Di abuelo. A-bue-lo.

Sostuve la fotografía frente a mi sobrina Jenifer. Ella se inclinó hacia adelante, la tocó con sus pequeños dedos, y balbuceó algo en su idioma de bebé. Me reí, porque supe que estaba tratando de decirme algo.

Tenía restos de puré regados por toda la cara y se veía adorable. Acabábamos de almorzar, y ella todavía seguía en su silla de comer. Me derretí cuando alzó sus ojos hacia mí y sonrió: Jen era la motivación de mi vida; estar con ella y cuidarla era lo que más me hacía feliz en el mundo.

—Este es tu abuelo Joseph, princesa. No se parece mucho a papá, pero sí al tío Ry, ¿ves? —Puse la imagen de papá junto a mi cara y ella lanzó una carcajada como si entendiera—. Idéntico al tío.

Me gustaba mostrarle tanto a Jen como a Max fotografías de su abuelo. Pocas veces les habían mostrado algunas de mi madre, pero ese no había sido yo, sino Benjamín, mi hermano. Yo ni siquiera me había molestado. Mi madre había tenido la oportunidad de conocer a sus nietos; sin embargo, ella se había marchado. Por mí. Por mi culpa. Pero papá no. Y estoy seguro de que él hubiera sido un abuelo increíble. Amaba a Max y siempre se apartaba un tiempo para estar con él.

—Era un buen hombre, ¿sabes? —dije más para mí que para Jen—. A tu papá y a mí nos lo dio todo, incluso lo que no tenía. Te hubiera amado tanto, bebé, tanto.

Le limpié la cara con una servilleta, la alcé en brazos y la llevé al living.

—Pero no lo recordarás nunca más que como una fotografía. Como Max no lo... —musité y suspiré—, como pasará con nosotros.

Sentí unas ganas horribles de llorar.

Max tenía dos años cuando papá murió, y a pesar de que lo adoraba con locura, lo había olvidado. Aquel era uno de mis peores miedos: que Jen no me recordara, que fuera solo una fotografía vieja en su vida.

Miré mi reloj. Eran las once de la mañana.

Como Jen no parecía dispuesta a dormir, me quedé junto a ella mientras miraba televisión. Entre tanto terminé de limpiar la cocina y puse ropa en la lavadora. Me había vuelto muy bueno en eso de los quehaceres domésticos. Mucho mejor que mi cuñada.

Al terminar, llevé a Jen al sofá y traté de dormirla. La recosté sobre mi pecho, pero ella solo quería jugar con mis lentes. Me los sacaba, me los ponía, me los volvía a sacar y se los ponía ella. Después de un par de minutos, se durmió.

Acababa de quitarme la camiseta para echarla en la lavadora cuando oí el timbre. No estábamos acostumbrados a recibir visitas a esa hora, por lo que supuse que sería un vendedor o tal vez el cartero.

Abrí la puerta principal e hice una mueca al ver a la chica que tenía frente a mí.

«Vaya, qué bonita es», pensé.

—Hola, Ben —saludó ella, algo agitada—. ¿Cómo estás? Te ves... bien. —No me importó que me llamara Ben, y mucho menos cuando intentó, sin éxito, disimular que le gustaba lo que veía. ¡Y a quién no!

A mí también me gustaba mucho lo que tenía delante.

Ese rostro se merecía una sonrisa. Me apoyé sobre el umbral y le devolví la mirada.

—Hola, nena, ¿buscas a alguien?

La chica arqueó una ceja y me miró con los labios apretados. Todo en ella me resultó encantador: sus hermosos ojos parecían una mezcla de hojas en otoño, su cabello castaño era largo y brillante, y caía en capas alrededor de su rostro ovalado. Pero lo que más me agradó de ella fue que era casi tan alta como yo, por lo que no se veía obligada a alzar la mirada.

Para siempre en ti [COMPLETA] Versión de RyderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora