AMORES ETERNOS

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No me pregunten cómo, pero de alguna manera supe que mi cumpleaños número veinticinco sería el último. Aunque debo reconocer que mis estados de ánimo, mi mala memoria y mi falta de apetito progresivo apuntaba a aquel final inevitable.

Por esa razón, aquel siete de mayo de 2011 rompí a llorar en el baño de la planta baja, mientras todos festejaban el living. Pero no lloraba por mí, sino por Kat. Porque ella también sabía que se avecinaba el desenlace de nuestra historia.

—¡Ry, ¿estás bien?! —preguntó mi novia al otro lado de la puerta.

—¡Sí, amor! —exclamé en el tono más feliz que pude—. ¡Ya salgo!

Lo último que quería era entristecerla en ese día, y mucho menos después de que me hubiera organizado una fiesta sorpresa con todos nuestros amigos. Hasta había venido su amiga Ginger, que, por cierto, me cayó muy bien, porque lo primero que dijo al verme fue que era más guapo de lo que Katia le había dicho.

Cerré la puerta detrás de mí y me topé con esa hermosa chica de ojos castaños. Tenía la sensación de que Jen se parecería a su tía cuando creciera.

—Mírame —dijo y dirigí mis ojos hacia ella junto con una exultante sonrisa.

—¿Estás bien? —preguntó algo desconfiada.

—Perfecto, mi amor.

Ella me examinó unos momentos antes de sonreírme y tirar de mi brazo para llevarme a la fiesta.

—Vamos a soplar las velas —canturreó emocionada.

En la penumbra de la cocina, apenas iluminado por un par de velas, y rodeado por las personas más importantes de mi vida, pensé en lo afortunado que era al tenerlos. Ellos nunca se habían dado por vencidos conmigo, en ningún momento. Y mucho menos Katia y mi hermano. Y los amé por eso. Los amé tanto como me era posible.

Sonreí, cerré los ojos y solo pedí un deseo: que todos fueran felices después de mí.

—Perdóname, amiga —se disculpó Ginger con Katia, dándole otro mordisco al pastel con sus ojos fijos en mí—. No puedo dejar de mirarlo. Esos ojos —dijo acercándose un poco y me puse nervioso. Katia soltó una carcajada— son...uf, me encantan. Nunca había visto algo así.

Solté una risita nerviosa y Katia le dijo a Ginger que no me incomodara.

—Está bien, no hay problema —dije. No era que me incomodase, pero su actitud era demasiado directa para mí.

—Ay, está bien —respondió ella y sonrió de lado—. Por lo que Katia me contó, te creía menos niñito.

Fruncí el entrecejo.

—No soy un niñito.

—¿Quién es el niñito de Katia?

—¡Kat! —exclamé—. Dile algo.

Ginger se echó a reír y yo no me pude contener.

—Basta, Ginger. —Katia tomó a su amiga por los hombros y la alejó de mí. Al menos podría estar seguro y a salvo por unos minutos—. Ahora vuelvo, cariño.

—Sí, igual me gusta más el otro, ya sabes —le comentó a mi novia antes de que desaparecieran de mi vista.

Al cabo de unos minutos, Katia apareció y se sentó sobre mis piernas. Había dejado a la pelirroja en manos de su hermana.

—Feliz cumpleaños, mi amor. —Me plantó un beso en los labios y luego me abrazó fuerte—. Te amo, Ryder Montgomery.

—Ryder Alexander Montgomery —la corregí con una sonrisita.

—Me encanta como eres —admitió y volvimos a besarnos.

—A mí me encantas tú.

Danny apareció al rato y me preguntó si volvería a Calle Inter. Y por obvias razones, le dije que no. Él sabía que las carreras casi me quitaron lo que más amaba, y volver a competir no estaba en mis planes. Lo único que podía ofrecerles era mi experiencia, y así lo hice.

Al final del día, cada uno de mis amigos me dio un abrazo sentido y se marchó. Yo me quedé en la entrada abrazado a Katia y sosteniendo a Jen. ¿Podía pedir algo más que esa felicidad?

Vivir. Pero eso no estaba en mis manos.

Por la noche recibí un llamado que me paralizó.

No lo esperaba.

En absoluto.

—Feliz cumpleaños, señor Montgomery.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y Katia me miró con una sonrisa. Estiró su mano para tomar la mía y la acarició.

—¿Jemi?

Mi amiga. Mi querida amiga a la que le había roto el corazón.

—Hola, Ryder —me saludó, y por el tono de su voz supe que estaba conteniéndose—. Te he echado mucho de menos, amigo.

—Yo también, Jemina —dije sonriente—. ¿Cómo?

Oí una risita.

—Tu hermano y tu novia me contactaron. Sobre todo tu hermano estaba preocupado por ti. —Hizo una pausa—. Ryder, lamento mucho haberme ido así, pero...

—Te rompí el corazón, lo sé —la interrumpí.

—No, tonto. Tú solo quisiste protegerme, pero no necesitabas hacerlo.

—Igual, Jemi, lamento mucho no haberte dicho la verdad.

—Te perdono una y mil veces, Ryder.

Miré a Katia y ella me lanzó un beso.

—Gracias, Jem.

—Que termines muy bien tu cumpleaños, amigo. Adiós. Volveré a llamarte pronto.

—Adiós —balbuceé y luego ella cortó.

Katia me rodeó con sus brazos y me acarició la espalda. No sé si alguna vez se iba a dar cuenta del regalo que me había dado: el perdón de mi amiga.

Cuando dejé el teléfono sobre la mesa, solté un suspiro pesado.

—Se siente como el final —musité y al segundo siguiente, al ver los ojos humedecidos de Katia, me arrepentí de haberlo dicho.

A mitad de la noche me desperté al oír el sollozo de Katia y me sentí culpable por haberme quedado dormido cuando era consciente de que ella no estaba bien después de mi comentario desafortunado.

—¿Amor? —la llamé, y al encender el velador, me froté los ojos.

Katia me miró con los ojos húmedos. Estaba acurrucada en una esquina de la cama, con la cabeza apoyada en la almohada, y una expresión de tristeza en su rostro.

—Algunos amores duran toda una vida, Ry. —Se sorbió la nariz y unas lágrimas rodaron desde sus ojos hasta su mejilla—. Me duele saber que no podremos tenerlo.

Su voz me partió el corazón. No sabía si se daba cuenta de cómo la entendía. A mí también me hubiera encantado tener una vida completa con ella.

Me acerqué un poco y ella se incorporó. La rodeé con mi brazo y la atraje hacia mí. Sus lágrimas mojaron mi camiseta. Muy pocas veces la había visto así, tan vulnerable. Sabía, con toda seguridad, que Katia solía guardar sus sentimientos de tristeza por mí, para que no me afectara. Incluso sabiendo que no tenía por qué hacerlo.

—Es verdad, Kat —susurré y presioné mis labios contra su frente—. Algunos amores duran toda una vida, pero otros son simplemente eternos.

—Ry... —Hipó.

—Y si no podemos tenernos en esta vida, nos tendremos en la eternidad. Te lo juro, bebé.

Para siempre en ti [COMPLETA] Versión de RyderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora