LONDRES, DULCE LONDRES

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Siempre que iba al centro de Londres me quedaba encantado con su particular belleza. Los recuerdos con mi padre se agolpaban en mi cabeza y por poco lograban que se me cayeran las lágrimas. Había un pequeño puesto de dulces ubicado sobre la calle Abingdon, y papá solía parar allí para comprarme una bolsa de caramelos de fresa todas las mañanas. Siempre me hacía prometerle que no le contaría a mamá, porque se enfadaría con nosotros. Sin embargo, creo que ella se dio cuenta en algún momento, porque se quedaba en la puerta del baño cuando me cepillaba los dientes calculando el tiempo, me llevaba al dentista por "prevención" todos los miércoles y solía preguntarme si me dolía el estómago. Creo que se había vuelto algo paranoica al respecto. Por ese entonces estaba seguro de que me amaba.

El corazón se me llenó de dolor al pensar en mis padres.

Estaba a punto de desplegar mi información recién aprendida sobre el palacio de Westminster cuando Katia habló:

—Recuerdo haber leído un libro sobre Londres —exclamó, tan emocionada que me daba pena interrumpirla—. Decía que en 1834 el palacio se incendió casi por completo. —Vaya, eso no lo había leído—. Imagino que habrán tardado mucho en reconstruirlo. Y amo el Big Ben, mi madre tenía una pequeña réplica en casa.

¡Mi madre también! Con whisky dentro.

Fingí que me había ofendido al saber más que yo.

—Bueno, a mí me gusta la historia. —Cruzó los brazos sobre el pecho y me lanzó una mirada de reproche—. Aunque sí, deberías avergonzarte por ser tan flojo.

—¡Yo no soy flojo!

—Ni me lo digas, ¿qué estudiabas antes? Tal vez algo relacionado con autos.

«Hum... prejuicios y más prejuicios»

La miré, indignado. A pesar de que antes había dicho algo bonito sobre mí, era evidente que seguía pensando que era un vago mantenido que nunca había hecho nada importante en su vida. Pues tenía que demostrarle que estaba muy equivocada. Katia debía aprender a no ser tan prejuiciosa. Porque detrás de un estúpido prejuicio había una persona que tal vez podía salir lastimada.

Así que, con todas mis fuerzas, sonreí. Eché hacia un lado el cabello que me molestaba en la frente y me incliné hacia ella sin dejar de prestar atención a la calle atestada de vehículos.

—Si adivinas te doy algo. —Como castigo, quería provocarla. Me sentía molesto con ella.

—¿Qué? —preguntó, desafiante.

—Es un premio sorpresa —dije con voz grave. Ah, qué sexy me oía.

Me eché a reír cuando puso los brazos en jarra. La fila de automóviles se movió unos metros y volvimos a detenernos. Fuera hacía un calor sofocante. Bendita aquella persona que había inventado el aire acondicionado.

«Qué intensa es», pensé, cuando me llamó mentiroso y rodó los ojos.

—¿Y tú qué sabes? —Le sonreí—. Puede ser cualquier cosa: un dulce, un secreto —añadí y rodó los ojos otra vez—, un baile sensual.

¿Acababa de sonrojarse por mi comentario? Eso era lindo.

«Eres linda, Katia»

—¿Un baile? —Volteó la cabeza hacia la acera de enfrente como si buscase algo—. No quiero un baile.

—No es un baile común: es uno sensual... —Traté de contener la risa—. Muchas matarían por él, y tú lo obtendrías cien por ciento gratis.

Se llevó una mano al pecho, dramática, fingiendo sentirse apenada por tener que rechazar mi baile.

—Está bien, ya vas a venir arrastrándote por él y no vas a tener nada.

Para siempre en ti [COMPLETA] Versión de RyderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora