BIANCA

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Esa tarde entré a la casa, apurado para hablar con mamá, tras mi segunda visita con el doctor Serte, mi oncólogo. Según ella no había podido acompañarnos por su trabajo, pero yo intuía que era porque no podría haberlo soportado. Durante la primera visita lo había pasado fatal; había llorado toda la consulta. Esta vez solo habíamos ido Ben y yo. No me sentía precisamente positivo, todavía debía someterme a una serie de estudios para determinar si el tumor era operable o no. Además, veía en mi futuro —sí, me lo dijo el doctor—radioterapia, quimioterapia y medicinas. En fin, temía que no fuera operable; no por mí, sino por mi familia. No quería lastimarlos. La muerte de papá nos había destrozado de una manera que nadie podía imaginar. Y esto era lo último que necesitábamos.

Cuando el doctor Serte nos dijo que tenía un tumor de encéfalo, un glioblastoma para ser más específico, y que debido a la aceleración con la que crecía no tenía más de dos años, Ben salió del consultorio con los ojos llenos de lágrimas y oí que hablaba con mi madre.

Me pregunté por qué yo. ¿Acaso me lo merecía por la forma en que me comportaba? ¿O era simplemente azar?

Cualquiera de esas dos opciones me disgustaba. No por mí, sino por mi familia.

—¡Mamá! —la llamé al llegar a casa.

No contestó, y un sentimiento extraño azotó mi cuerpo.

Volví a llamarla.

Nada.

Quizás estaba durmiendo.

Corrí escaleras arriba y fui directo a su habitación.

Llegué a su cuarto y llamé a la puerta. No respondió. Tal vez sí dormía, pues a veces llegaba del trabajo, se daba un baño y dormía una siesta. Debía ser eso.

—¿Mamá?

Giré el picaporte, con la mano temblorosa, abrí la puerta, y encendí la luz.

De pronto sentí pánico. Mi mamá no estaba allí, no estaba en el baño. Todo se encontraba ordenado a la perfección, como si nunca hubiera pasado una persona por allí. No sé por qué lo hice, pero me dirigí hacia su armario y lo abrí. Se me cayó el alma a los pies cuando vi el interior. No había nada. Su ropa... sus cosas, todo había desaparecido. Mareado, y con lágrimas quemándome los ojos, logré sentarme al filo de la cama. Todo daba vueltas y temía perder el conocimiento. Respiré hondo. Me pareció oír que Ben me llamaba. Traté de observar la habitación con más detenimiento: tampoco estaban sus cuadros, las fotos de papá ni los adornos de la mesa de...

¿Qué era eso?

Un sobre con mi nombre.

Para Ryder.

Respiré profundo y lo tomé. Lo abrí de inmediato y desplegué la hoja que había en su interior.

Bebé:

Mi corazón se rompe en mil pedazos mientras te escribo esta carta. No puedo creer lo que estoy a punto de hacer. Me he dicho un millón de veces que soy fuerte, que puedo hacerlo, que puedo atravesar esta etapa contigo, cariño. Pero no. He perdido a tu padre, y ahora te perderé a ti. Y no puedo, no puedo con tanto dolor. Tu hermano, tu padre y tú fueron lo mejor que me ha pasado en esta vida. Sin embargo, luego de la muerte de tu padre ya no fui la misma mujer. Tú más que nadie lo sabe. Joseph se llevó una parte de mí. Y tú te llevarás otra parte, Ryder. Sé que mamá te hará mucho daño, y lo siento. Lo siento muchísimo. Pero mamá no es tan fuerte como pensaba, bebé. Tengo miedo de marcharme, pero más miedo tengo de quedarme, porque sé que me derrumbaré, que caeré hacia las profundidades y jamás volveré a salir. Cada vez que te tenga en mis brazos, me derrumbaré. Eres mi niñito perfecto, y no puedo quedarme a ver como la vida te arranca de mi lado. Sé que te estoy fallando, Ryder. Y espero que no me guardes rencor, porque te amo. Te amo más que a nada en este mundo, cariño. Te amé desde el día en que me enteré que estaba embarazada. Y le agradezco a la vida haber tenido a un hijo como tú. Pero debo irme. Lo siento mucho, mi amor. Estoy segura de que tu hermano te cuidará mucho y eso me tranquiliza. Y por favor, perdóname. Sé que te estoy pidiendo demasiado. Pero realmente espero que algún día puedas perdonarme, amor.

Te amaré por siempre, Ryder

Mamá

Si hubiera estado de pie, me habría desplomado. Aquella carta, la cual releí al menos cinco veces, acababa de destrozarme el corazón. Con los ojos llenos de lágrimas, temía mover incluso un dedo por terror a caerme en pedazos.

Me sentía tan frágil.

Jamás creí que mamá me haría esto. Ella siempre fue una de esas madres de las que te sientes orgulloso, ¿sabes? «¡Mi mamá es la mejor!», solía decir cuando era niño e incluso de grande. Sin embargo, a pesar del dolor que me causó, no puedo borrar todos los momentos de felicidad que me dio.

Una vez Ben me dijo que no me enfadara, que mamá se daría cuenta del error que había cometido y regresaría. Pero no lo hizo. Mamá se había marchado para siempre. Ni siquiera había sido capaz de enviarme otra carta.

Bianca Cavelli... Todavía hoy me cuesta pronunciar su nombre en voz alta. Porque cada vez que lo hago y ella no responde, se hace tangible su ausencia. Y lo único que me produce ese vacío es dolor. Aun así, la había perdonado, aunque estuviera molesto.

«Te perdono, mamá», pensé. Porque no quería morir llevándome ese dolor.

Para siempre en ti [COMPLETA] Versión de RyderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora