BRUNO

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—Creo que lo has dicho para conformarme —me quejé—. Y está bien, te comprendo. Ahora sigamos que me desconcentras.

«Sí, Katia. Me desconcentras. En lo único que pienso es en ti y resulta abrumador»

—Sí, claro. Cuéntamelo todo —dijo ella con sarcasmo.

—Arte, preciosa. Si puedes hacer que tu auto forme un ángulo con la dirección del movimiento sobre una carretera o pista, haces drift. Es el estilo del derrape.

No me agradó esa miradita de desconfianza.

—Eso es técnicamente imposible. Derrapar es solo derrapar. Todos derrapan y no hay nada de arte en ello. Mi madre derrapaba cuando llovía mucho y las carreteras estaban resbaladizas.

—Pero no todos derrapan con estilo, como yo —le expliqué—. ¿Quieres hacerlo conmigo?

Sentí un cosquilleo cuando me di cuenta que aquella pregunta la afectó. No había sido mi intención darle un doble sentido.

—No es lo que piensas, pervertida, así que apaga esas mejillas. —Fingí molestarme.

—No estaba pensando en nada —replicó.

De golpe, el viento aumentó y cielo comenzó a nublarse poco a poco. Me encantaba el frescor de las tardes de otoño en Calle Inter. Bueno, casi otoño.

—Creo que es hora de irnos, Ryder —sugirió ella cuando el viento se intensificó.

No quería irme. Por alguna razón necesitaba demostrarle que era bueno en algo —muy bueno— en lo que no muchas personas lo eran. Me puse delante de ella y tomé su barbilla con suavidad. Pareció sorprendida con mi acto. Tuve la sensación de que temblaba tanto como yo. Me dije que si me dejaba llevar y la besaba no habría vuelta atrás: o me enamoraba por completo de ella, o nuestra incipiente relación acabaría en un segundo. ¿Y si la perdía por besarla?

«No lo hagas», me supliqué.

Decidí hacerme caso.

—Corre al auto —le ordené de pronto.

—¿Qué? —preguntó.

—Que corras, ¡ahora! Yo te sigo —exclamé. Cuando me quise dar cuenta, ella ya se encontraba dentro del Lancer.

Corrí hasta el vehículo, me subí y cerré la puerta con un golpe seco. La llave estaba puesta, así que solo tuve que encenderlo.

—El cinturón: no quiero un accidente, Katita —exigí.

—¡Que no me llames así!

—¡Tarde! —Puse primera, solté el embrague y apreté el acelerador tan rápido que el coche salió disparado.

La adrenalina que me provocaba la velocidad era adictiva. Tal vez en las rectas no solía sentirse tanto, sin embargo, en las curvas la cosa se ponía interesante. Siempre me he preguntado qué se sentiría ver correr al Lancer sin mí. Sabía que el sonido del motor era estruendoso, y aunque nunca lo había podido oír desde fuera, me lo imaginaba.

Quería gritar de emoción.

Por un segundo miré a Katia de reojo, estaba aterrada pobrecita: se sujetaba a las manillas del techo como si fuese lo único seguro dentro de la cabina.

No sentimos la verdadera velocidad hasta que entramos a la primera curva. Fue impactante. Hacía mucho tiempo que no lo disfrutaba tanto. Giré el volante y bajé una marcha. De golpe, el coche desaceleró y las revoluciones del motor aumentaron. Las ruedas perdieron tracción cuando volví a acelerar.

Para siempre en ti [COMPLETA] Versión de RyderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora