KAT

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El día siguiente me desperté con el ánimo mejorado. Después de pensar toda la noche en las palabras de Celine, arribé a la conclusión de que tal vez lo había dicho a causa de su enfado. Después de todo, se había molestado porque nunca la llamé. Rodé los ojos. Si era tan mal candidato, ¿por qué molestarse?

Y además Katia me había llamado «Ry». Y se había preocupado por mí. Incluso creyó que había sido su culpa lo que estaba pasando, cuando era todo lo contrario.

«No, Ry. Soy la peor amiga que jamás has tenido. Fue por mi culpa que volviste allí. Si yo no te hubiera...»

Se equivocaba: era la mejor amiga que había tenido. Y aunque Jemina también había sido mi mejor amiga, por alguna razón no se asemejaba a Katia.

El despertador había sonado temprano; tenía muchas cosas que hacer esa mañana. Me di una larga ducha, ordené mi habitación y me pasé por la de Katia para comprobar si estaba despierta. Como no lo estaba, preparé a Max para la escuela; lo ayudé con una tarea de último momento, le hice el desayuno y nos fuimos. Allí me cruce con una de sus maestras, la señorita Lydia, que quería hablar conmigo sobre el comportamiento de mi sobrino. Me dijo que Max había estado algo apagado durante las últimas semanas y me preguntó si todo estaba bien en casa.

—Por supuesto —respondí—. No fue nada grave y ya lo hemos solucionado, maestra.

Ella me tocó el brazo —algo que me había sucedido casi toda mi vida, ¿por qué algunas mujeres creían que tenían el derecho de tocarme solo porque sí? — y me dijo que, si necesitaba hablar con alguien, podía hacerlo con ella. Me pregunté por qué me lo decía a mí y no a Max, considerando que era su maestra.

—Te acompaño hasta la salida —me ofreció con una sonrisa.

Negué con la cabeza y dije que sabía dónde encontrarla. Ella, un tanto decepcionada, me sonrió de nuevo, y tras decirme que esperaba verme pronto, volvió al salón de clases.

Atravesé el pasillo de la escuela y me dirigí hacia el estacionamiento. No me costó mucho encontrar mi coche entre los demás. Me extasiaba la manera en que el Lancer resaltaba entre todos esos autos de colores marrón, gris y blanco. Algunos dirían que se parecía a mí.

«¿Quién?», se burló una vocecita en mi cabeza.

De camino pasé por una pastelería y compré scones, para cuando Max volviera de la escuela, y unas tostadas saborizadas, que esperaba que a Katia le gustaran. Mientras pagaba, me asombraba de mí mismo por la manera en que había sobrellevado las palabras de Celine. Porque sí, era guapo, simpático «e irresistible», pensé. ¡Exacto! También era irresistible. Pero eso no significaba que no pudiera ser un buen novio. No era perfecto, pero si amaba a una persona, jamás se me ocurriría hacer algo para lastimarla. Y ser guapo no me hacía un hombre infiel o poco confiable. Celine estaba muy equivocada.

Como Katia aún no había despertado cuando llegué, me dediqué un buen rato a preparar el desayuno; un café para ella y un té para mí, jugo de naranja, unas frutas en cubos, y lo que había comprado en la panadería. Puesto que al día siguiente ya tendría su primera clase en la universidad —por la mañana—, esperaba que este desayuno se sintiera especial. En cuanto tuve todo listo, mi desayuno y yo fuimos a despertarla.

«¡Mira este desayuno, Celine. Ya quisieras tú. Sin ánimos de ofender», le dije en mi cabeza.

Supuse que no le iba a molestar si entraba a su habitación sin tocar, y si dormía, tampoco le diría que no había llamado a la puerta. Me dirigí con mi bandeja hasta su cama. Noté que había cambiado de lugar casi todos los muebles; ahora el respaldo de su cama daba a la ventana. Me quedé mirándola unos instantes. A diferencia de la última vez que la había observado dormir, Katia no parecía disfrutar su sueño —era evidente que yo no era parte de ese—, por lo que la llamé un par de veces hasta que despertó.

Para siempre en ti [COMPLETA] Versión de RyderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora