FÓRMULA DRIFT

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Estaba loco por el pastel de chocolate que preparaba mi madre. Ella lo hacía en todos mis cumpleaños, y en otras ocasiones en las que quería consentirme. Era bastante básico, pero delicioso: primero, horneaba un pastel de chocolate; segundo, lo separaba en tres capas; tercero, rellenaba las capas con mantequilla de maní, dulce de caramelo y crema batida, y cuarto, lo cubría todo con chocolate fundido. Sin embargo, ese año no iba a tener pastel porque nos encontrábamos en Estados Unidos, ya que en pocos días iba a comenzar el campeonato de Fórmula Drift en Las Vegas, Nevada.

Papá y yo estábamos muy emocionados: un viejo cliente suyo era dueño de un autódromo, no muy grande, pero lo suficiente como para poder practicar allí. Y lo alquilaba a buen precio, considerando que entrenaba desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde, con un descanso de una hora para comer. Algo excesivo, sí, pero necesitaba ser el mejor. Mi rutina consistía en levantarme a las siete de la mañana, desayunar con mi padre, caminar hasta el autódromo y practicar unas ocho o nueve horas. Volvía a casa alrededor de las siete de la tarde, me daba una ducha, cenaba con papá, y veíamos algunas películas y charlábamos.

Tenía unos quince años cuando vi mi primera carrera de drift. La transmitieron un domingo en la mañana en la televisión por cable, y puedo asegurar que fue amor a primera vista. Quedé deslumbrado, porque no competían por tiempo, no era una carrera en sí, sino que lo hacían por estilo. Todas esas técnicas... No había visto nada así en toda mi vida, y debo decir que me encantó. Desde ese entonces me convertí en un gran fanático, tanto que al año siguiente mi padre me llevó a Japón a ver la carrera final del D1 Grand Prix. No cabía en mí, había visto las eliminatorias desde mi casa y ¡ahora estaba allí! Era todo tan perfecto: mi padre y yo compartiendo lo que tanto amaba y lo que ambos disfrutábamos. Debo confesar que lloré cuando la carrera comenzó. Y supe que quería dedicarme a eso. El ver cómo se deslizaban en las curvas...me daba escalofríos.

—¡Papá, mira! ¡Mira! —gritaba emocionado cuando los pilotos realizaban un E-Brake, que es cuando el vehículo entra a una curva a gran velocidad y luego de una maniobra con el freno de mano, la parte trasera gira y se desliza—. Esto es increíble.

Papá se echó a reír y me apretó el hombro.

—Recuerda respirar, Ry.

Respiré hondo.

No sé si en ese momento había alguien más emocionado que yo. Quería ser un piloto profesional de drift e iba a hacer todo lo posible por conseguirlo.

—¿En qué piensas? —preguntó papá mientras almorzábamos.

Aquel día era mi cumpleaños número dieciocho. Siete de mayo de 2004.

—¿Recuerdas cuando me llevaste a ver la Fórmula D por primera vez?

Se llevó la pizza a la boca y le dio un mordisco, se limpió con una servilleta y asintió.

Sus ojos parecieron sonreír.

—Fue un gran día, nunca te había visto tan emocionado.

—Papá, no creo que entiendas algún día lo que significó para mí. Fue... —Me quedé sin palabras.

—Sí que lo sé, Ry —aseguró con una sonrisa—. ¿Crees que me habría preocupado tanto por el Lancer o porque practicaras si no hubiera sabido lo mucho que lo amabas?

—No me va a alcanzar esta vida para pagarte...

—Soy tu padre, Ryder. Con que te diviertas yo seré feliz.

—¿Y si no gano?

—Lo volverás a intentar, porque te conozco: nunca te das por vencido. Y si vuelves a fallar, ¿qué más da? —Tomó su vaso y lo alzó—. Ahora, vamos a brindar.

Para siempre en ti [COMPLETA] Versión de RyderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora