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Al final volvimos a casa un par de días después. No puedo explicar la emoción en los ojos de Max al vernos, como si nos hubiéramos ausentado por años. Corrió a abrazarnos y nos dijo que nos había extrañado muchísimo, razón por cual Katia se largó a llorar y cuando él le preguntó por qué lo hacía, ella le respondió que sus lágrimas eran de felicidad. Aunque se rehusaba a demostrarlo, Elizabeth también estaba contenta de tenernos. Esa noche cenamos todos juntos, y desde hacía mucho tiempo no tenía esa sensación de plenitud.

Pasó al menos una semana hasta que decidí llevar a Katia a ver a mi padre. Por un momento creí que le resultaría extraño, pero aceptó —sí, de alguna manera me siguió el juego— y un jueves por la mañana nos subimos al Lancer y marchamos hacia el cementerio.

Suspiré en cuanto estuvimos frente a su lápida.

—Papá —dije, con la ilusión de que me estuviera escuchando desde alguna parte—, ella es Katia, el amor de mi vida. Creo que la conoces.

—Hola, señor Montgomery —lo saludó ella y morí de amor ante ese gesto—. Tengo un vago recuerdo de usted, ya sabe, no era mi época aquella vez que fue a casa de mis padres y no lo recuerdo mucho, pero me habría encantado conocerlo alguna de esas veces. —Me miró con una sonrisa—. Y a su grandioso hijo.

La rodeé con mi brazo y le di un beso en el pelo.

—¿No es preciosa, papá? Y no sabes lo lista que es.

—Ryder.

—Es perfecta. —Volví a besarla. Una mujer, a unos metros, se quedó mirándonos.

—Mentira —lo desestimó ella—, su hijo lo es. Ha criado a un chico de oro, señor Montgomery.

Me giré, para mirarla a los ojos. Ella me sonrió.

—Amo tu sonrisa, Kat —dije y ahuequé su cara entre mis manos—. Y te amo a ti por ser mi mejor amiga.

Las lágrimas anegaron sus ojos.

—Ry —musitó—, y yo te amo a ti.

—Mi padre debe estar saltando de alegría.

—Lo sé, cariño. —Se apretó contra mí y le besé la coronilla—. Y debe estar muy orgulloso quien eres.

Tomados de la mano, emprendimos el regreso hacia el Lancer. Era una mañana soleada, pero fresca, así que decidimos pasarnos por una cafetería a tomar algo. Mi misión era pasar todo el tiempo que podía con Katia y con los niños, por esa razón, durante los siguientes meses disfrutamos de paseos a Hyde Park, que a Max le encantaba, al cine y a los video juegos. También tenía días especiales solo con Katia. Íbamos a cenar, nos reuníamos con sus amigos y desaparecíamos por muchas horas en mi apartamento. Éramos una pareja de novios normal, con un final inevitable en el que trataba de no pensar.

—¿Qué es eso, Max? —preguntó Katia una tarde. Estiró la mano y tomó la caja de los videos de mis carreras.

—Ay, no, Max. —Sonreí, algo avergonzado.

—Papá dijo que podíamos verlos.

Katia me miraba fascinada. En sus manos tenía uno de los VHS. Estábamos en el sofá mirando una película vieja.

—¿O sea que puedo ver tus días de gloria?

Me eché a reír.

—Estos días son mis días de gloria, Kat. Junto a ti.

Ella hizo una mueca y me soltó un besito.

—Qué lindo eres, pero quiero ver esto. —Agitó el VHS y se incorporó para meterlo en el reproductor—. Por suerte Ben sigue teniendo este aparato.

Metió el VHS y a los pocos segundos comenzó a reproducirse. La calidad no era de las mejores, pero se veía con claridad. Recordaba aquella carrera, era la tercera y se corría en Miami.

—¿Ese es tu auto? —interrogó Katia en cuanto el Lancer comenzó a derrapar—. Luce diferente.

Asentí.

—Sí. Los patrocinadores me llenaron el auto de marcas. —Rodé los ojos. A pesar de que era lo estipulado, odiaba que esas pegatinas arruinaran la belleza del Lancer—. Espantoso, pero necesario.

Katia no dijo nada; tenía los ojos pegados a la pantalla en donde el Lancer se jugaba los puntos contra un Nissan 350z.

—Cuando sea grande quiero ser como tú —dijo Max, entusiasmado y se giró hacia Katia—. Tía Katia, el tío me prometió que me enseñaría a conducir.

Ella me miró, y sentí la necesidad de intervenir.

—También te dije que si yo no puedo hacerlo, lo hará tu tía. —Katia alzó las cejas, sorprendida—. Prometo enseñarte, Kat.

Una sonrisa afloró en sus labios.

—Lo sé —respondió mi sobrino un poquito decepcionado y lo abracé fuerte.

—Vamos, no te desanimes. —Le froté el brazo y besé su cabeza—. Verás que vas a aprender e incluso serás mejor que yo, ¿no, Kat?

—Lo serás, Max.

Nos pasamos casi toda la tarde mirando el resto de los videos, y cuando Katia observó que la Fórmula D era diferente a las competencias de Calle Inter, le expliqué que en las carreras profesionales nos calificaban según nuestro estilo, el ángulo de deslizamiento, la velocidad y la distancia al borde la pista.

—Se suele correr en una sola pista, en solitario o en parejas —expliqué—. Nunca en grupo.

—Imagino que sería complicado calificarlos a todos juntos.

Asentí.

—¿Ya dije que soy el campeón de la primera temporada? —pregunté, con una sonrisa de orgullo.

—¡Sí! —exclamaron mi sobrino y mi novia al mismo tiempo y se echaron a reír.

—¡Bueno, bueno! —Alcé las manos para darme un aire inocente—. Solo quería saber.

—¿Todavía tienes el overol y el casco? —quiso saber, con una sonrisita pícara.

—¿Por qué? —La miré de reojo.

Se inclinó para hablarme al oído.

—Me parece sexy —susurró.

Un calor ardiente se esparció por todo mi cuerpo, y si Max no hubiera estado en la casa, habría llevado a Katia a nuestra habitación.

—¿Los tienes, tío?

—Los tengo a todos. —Sonreí—. Al principio los llevaba a Calle Inter porque me daban seguridad, pero al final los terminé dejando en casa. Pero tú, Max —dije a mi sobrino—, si alguna vez quieres hacer lo que el tío hizo, debes usar toda la protección que se debe, ¿oíste?

Max asintió con una enorme sonrisa.

Esa noche Katia me pidió que me probara el traje, y como era mi deber consentirla en todo, lo hice.

Sin embargo, me sentí culpable por no poder amarla como hubiera querido. Me había mareado, terminando en el baño, inclinado sobre el váter y con el estómago vacío.

—Lo siento mucho —le supliqué más tarde mientras la abrazaba. Era de madrugada, y Katia se había quedado velando por mí casi toda la noche.

—No te preocupes por mí, Ry —dijo y besó mi frente—. Solo quiero que estés bien.

Respiré profundo y me apreté más contra ella. La sensación de su piel contra la mía era lo único que necesitaba.

—¿Sabes que eres la mejor novia del mundo?

Ella no dijo nada, y cuando oí un gemido perteneciente a un llanto, la abracé todavía más y le besé el cabello.

Para siempre en ti [COMPLETA] Versión de RyderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora