Convirtiéndose ya en casi una rutina, al llegar a la casa, Katia se marchó a su habitación.
Durante el trayecto, mi ánimo había ido empeorando hasta dar paso a una tristeza y una culpa abrumadora. Katia no estaba enfadada, estaba dolida. Y aunque fingiera no saber por qué, sí lo sabía. Ella me quería. No estaba seguro de cuánto, pero sí de que me quería. Y yo la había lastimado tantas veces que no entendía cómo encontraba valor para mirarla a la cara.
Me sentía tan miserable que lo único que podía hacer era dejar que mis lágrimas fluyeran, como si tuvieran el poder de barrer el dolor de mi alma.
Algo cansado, me puse de pie y busqué una lata de cerveza. Encontré tres al fondo del refrigerador, detrás de las dos latas semi vacías que solía dejar mi hermano.
«No sé por qué no las tira y ya», pensé y las saqué para ponerlas sobre la encimera. Si no las tiraba él, las tiraría yo.
Me dispuse a beber, en silencio, lo cual empeoraba mi estado. Bebí la primera, la segunda, la tercera, y lloré. Lloré tanto que los ojos y la garganta comenzaron a arderme. «Mi mejor amiga —me decía—. Perdí a mi mejor amiga porque soy un idiota que no puede admitir que se va a morir». Porque sí, era fácil bromear con mi muerte cuando no me importaba nada; no obstante, desde que Katia había entrado a mi corazón, tenía terror de irme. No quería dejarla, no podía dejarla.
Era consciente de que debía decidir qué rumbo tomar, porque la situación se estaba tornando insoportable. No podía estar cerca de ella sin desearla como la deseaba y sin querer —todo el tiempo— rodearla con mis brazos. Era un martirio. Recosté la cabeza sobre la mesa y respiré hondo. Después de chequear mi teléfono móvil, me quedé, así como estaba, tratando de no pensar en ella hasta que por fin me quedé dormido.
Me despertó un dolor intenso en la parte superior de la cabeza. Grité. Nunca había experimentado un dolor como ese, pero este estaba matándome. Con dificultad, me puse de pie y el camino hasta la encimera se hizo eterno. Era como si el dolor afectara mi motricidad. Gemí y lloré, no lo soportaba. Me agarré la cabeza con una mano, como si eso ayudara. Ben guardaba analgésicos en los cajones de los gabinetes "por si acaso". No ayudaban mucho, pero eran algo. Respiré, respiré, respiré.
«Por favor —le pedí a Dios—, no dejes que muera hoy, por favor»
De pronto todo comenzó a darme vueltas y sentí náuseas. Mi respiración estaba descontrolada.
«No quiero morir, no quiero morir», pensaba.
Perdí el equilibrio. Quise sujetarme de la encimera y todas las latas de cerveza cayeron al piso. Agitado, y a punto de rendirme, cerré los ojos.
«Es hora», pensé cuando el dolor comenzó a disminuir un poco.
Solo quería despedirme de ella y pedirle perdón por todo el daño que le había causado.
—¡Ryder! —Oí entonces. Katia apareció en mi campo de visión y me sostuvo—. ¡Estás borracho, Ryder!
Quise decirle que no —o quizás un poquito—, pero todavía seguía aturdido por el dolor. A pesar de que intenté calmarme, la imagen de Katia se desenfocaba.
«Gracias por traerla hasta aquí»
—Lo...siento... —balbuceé—. ¿Me perdonas por lo que te dije? No quise hacerlo. Eres de verdad mi mejor amiga.
—Ryder —me calmó ella.
—Di que me perdonas, por favor —supliqué.
—Te perdono, Ry.
El dolor iba y venía.
—Eres perfecta, y yo soy una mierda —dije por lo bajo, odiándome.
—Ryder, estás borracho —insistió—. ¿Por qué lo hiciste?
Sabía que esa pregunta no se refería a por qué le había dicho aquellas palabras tan hirientes, sino a por qué había bebido. Sin embargo, le contesté la primera.
—Porque soy una persona horrible. —Dejé caer la cabeza, exhausto, y con los ojos llenos de lágrimas—. Soy una mala persona.
—No digas eso, Ryder —protestó, negando con la cabeza.
—¡Sí, Katia! Mira cómo te tengo... —Siempre estaba hiriéndola—. He destruido lo único que vale la pena en mi vida.
—¿A qué te refieres? —quiso saber.
Cerré los ojos cuando el dolor regresó como una oleada. Quise explicarle todo, pero estaba aturdido, otra vez.
Solo pude articular un simple «te quiero»
El dolor bajó su intensidad y empecé a sentir que el cuarto dejaba de girar poco a poco. No obstante, seguía sin tener fuerzas. Me aferré a Katia, quien me sostuvo y me acompañó —con mucho esfuerzo— hasta mi habitación. Luego me ayudó a deshacerme de la ropa que me molestaba; la chaqueta, la camisa y los zapatos.
No recuerdo por qué lo hice —tal vez creía que era mi última oportunidad—, pero cuando ella intentó incorporarse, la tomé de la cintura y perdí el equilibrio.
«No otra vez —rogué—. Por favor no». Ese maldito dolor no terminaba de irse.
—¡No, Ryder! —exclamó—. Tengo que ir a mi cama.
—Duerme conmigo hoy —supliqué lleno de angustia—. Por favor, «no sé cuánto tiempo puede quedarme»
Respiré hondo e inhalé el aroma a jazmín de su cabello.
Y allí me quedé, totalmente abatido. Tenía la impresión de que, si intentaba moverme, me desharía. Lo único que me mantenía consciente, era el calor de su piel debajo de mis dedos.
Me pareció que transcurrió una eternidad desde el momento que caímos y el instante en que ella se giró hacia mí. Un escalofrío me recorrió el cuerpo cuando sentí las yemas de sus dedos rozar mi piel al quitarme unos mechones de pelo, y luego trazó el contorno de mi rostro con la misma suavidad. Quise abrir los ojos, pero los párpados me pesaban. Y mi cuerpo no respondió al intentar moverme.
Por un segundo creí que me quedaría así para siempre, puesto que la parálisis era un síntoma. «No, Ryder —me consolé—, solo estás exhausto»
Y de pronto lo sentí, y no lo pude creer. Una calidez se extendió por todo mi cuerpo, relajándome.
Katia acababa de besarme. Ella, a mí.
«¿Qué?»
Me había besado. Mi hermosa Katia me había besado.
—Feliz primer beso del año, Ry. —Oí un susurro y sentí que apoyaba su cabeza sobre mi hombro.
Luego todo se volvió negro.
Cuando abrí los ojos ya había luz, por lo que intuí que podían ser entre las siete y las ocho de la mañana.
Pestañé, y me di cuenta —maravillado— de que Katia seguía a mi lado. Agradecí que el dolor se hubiese ido. Ahora solo quedaba una ligera molestia. Traté de mover el brazo y este me respondió. Feliz, me enjugué una lágrima que recorría mi mejilla. La noche anterior había pasado, al fin.
—Kat —la llamé.
Su sueño parecía ser tan profundo que no se movió cuando le aparté el pelo de la cara. Qué hermosa era.
Entonces recordé que me había besado, y se había sentido tan bien.
—Kat —volví a llamarla y nada.
Me incorporé un poco y besé su frente, pero no era suficiente.
—Feliz primer beso del año, Kat —musité y, sin pensarlo bien, la besé en los labios.
La sensación de calidez que me había embargado la noche anterior volvió.
«No puede estar mal —me dije—. Sentir todas estas emociones cuando la beso, no puede estar mal»
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Para siempre en ti [COMPLETA] Versión de Ryder
RomanceEl día en que Katia apareció en mi puerta, fue la primera vez que sentí miedo de verdad. Porque supe, al instante en que la vi, que me enamoraría de ella. Y así fue. Estaba loco por Kat. Y quise ser positivo respecto a ello. Quise creer que ella me...