HERMANAS

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Elizabeth y Katia tuvieron una pequeña y para nada emotiva reunión. Debo confesar que como espectador me sentí un tanto decepcionado. Si no se veían hacía mucho tiempo, lo mínimo que esperaba era un poco de algarabía. Pero, bueno, se trataba de Elizabeth y ella no era lo que se dice una persona cálida.

No presté mucha atención a su conversación hasta que la cosa se tornó rara: Elizabeth comenzó a decirle a Katia que quizá podría conseguir un novio aquí en Londres que la convenza de quedarse después de terminar los estudios. Quería echarme a reír. No conocía a Katia, pero estaba seguro de que no era el tipo de chica que se dejaría embobar por cualquier idiota, y mucho menos manipular. Sentía que era una persona libre que decidía su rumbo con base en sus propios deseos y no en los de otras personas.

Y Elizabeth, ¡por favor! Se negaba a la idea de que fuéramos amigos, pero le encantaba que su hermana estuviera con «un buen muchacho». Quién entendía a esa mujer.

Cuando me ofrecí para acompañarla a la universidad —en medio de la charla—, me soltó una de esas miradas que la gente solía dirigir contra mí, como si me creyeran incapaz de hacer algo decente. La gente no sabe nada, y las apariencias engañan. Y sí, yo era muy decente. Ahora.

Por suerte mi némesis salió en mi favor.

—Ryder iba a la universidad. Era bueno. Muy bueno, de hecho.

«Te dije que era bueno para muchas cosas»

—¿Y por qué lo dejaste? —preguntó Katia.

Podría habérselo dicho, pero no. No me apetecía hablar de eso con ella. El tema de mi enfermedad era un tanto delicado. La mayoría del tiempo trataba de fingir que no existía y que mi vida transcurría con normalidad. Eso me ayudaba a sobrellevarla. Me conocía demasiado como para saber que en cuanto pusiera a mi mente a pensar en ello, me desplomaría y no volvería a ser el mismo. Además, Elizabeth no quería que involucrara a su hermana en esto.

—Mejor me voy a servir un té —comenté, y me puse de pie para ir a prepararlo.

Katia se excusó y se marchó a su cuarto. En cuanto se fue, yo también me fui al mío porque necesitaba pensar. ¿Cómo algo que parecía tan sencillo terminaba siendo tan complejo?

Creí que podría ser su amigo; ella no tendría que saber que estaba enfermo. Mi esperanza de vida no era muy larga, y sumado a eso, el tumor estaba alojado en una zona muy peligrosa de mi lóbulo temporal. Por todo esto, tal vez Katia nunca llegaría a encariñarse conmigo.

Por la tarde, cuando Elizabeth entró a mi cuarto, le presenté mi plan. Salté de la cama un tanto emocionado por contarle. Consistía en un simple paseo por Londres que no le haría daño a nadie.

—Pensaba que podría llevar a Katia de paseo por Londres antes de que empiecen las clases, ¿qué dices? —pregunté, emocionado—. El palacio de Westminster, la Abadía, el Big Ben, esa tienda de dulces que tanto le gusta a Max e incluso podemos pasar un día en Hyde P...

—¡Basta, Ryder! —se exasperó—. ¿Es que no entiendes?

La miré, confundido. Ella no tenía que tratarme así, como si yo fuera una persona desagradable y mala. Molesto, respiré profundo, con la intención de contener las lágrimas. Era injusto.

—No, no te entiendo, Elizabeth. Por favor, explícate.

—Katia y tú, eso no va a pasar. No van a ser amigos.

Katia no significaba nada para mí. Solo era la hermana de mi cuñada; sin embargo, su comentario me quebró.

—Pero...

Para siempre en ti [COMPLETA] Versión de RyderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora