UNA PROMESA Y UN ENCUENTRO DESAFORTUNADO

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El ventarrón frío se metió debajo de mi piel. Respiré profundo y me dirigí hacia su tumba. Inclinándome, y con la mano que no sujetaba el paraguas, quité la hierba que había crecido en el último mes.

Un ramo de flores secas descansaba sobre su tumba.

—Papá, estoy enamorado —confesé con voz temblorosa—. Le sonreí a su nombre escrito en la placa: Joseph Steve Montgomery—. Ojalá estuvieras aquí para verla. Esta chica es... perfecta. —Tomé una bocanada de aire—. Estabas en lo cierto, quiero dejarlo todo por ella —susurré, y sentí la tibieza de mis lágrimas sobre mis mejillas—, pero no puedo darle la vida que se merece.

Miré a mí alrededor. A esa hora de la tarde no había gente en el cementerio. Volví la mirada a la tumba de mi padre, preguntándome qué pensaría él de Katia.

—Papá —sollocé—, la amo. Y quería que tú fueras el primero en saberlo, ¿recuerdas la promesa que te hice?

El silbido del viento se intensificó.

—Ojalá estuvieras aquí para decirme qué hacer. O al menos para decirme que todo saldrá bien, que no debo preocuparme por mi futuro.

Mi mente formó las palabras y la voz de mi padre en mi cabeza: «Tú sabes lo que debes hacer, hijo»

No era papá quien lo decía, pero estaba seguro de que hubiera estado de acuerdo.

—Gracias, Joseph —dije y corrí al auto, pues la tormenta parecía estar a punto de empeorar.

Resultó que tuve mucho tiempo para pensar en qué hacer mientras conducía hacia la universidad. La lluvia golpeaba tan fuerte contra el parabrisas que los limpiacristales no daban abasto y los vehículos circulaban a baja velocidad. Sentía una mezcla de emociones; temía por la reacción de Katia y al mismo tiempo estaba esperanzado, emocionado y hasta revolucionado. ¿De verdad iba a hacerlo? ¿Iba a decirle a mi mejor amiga que estaba enamorado de ella?

¡Sí! Jamás había experimentado una emoción de tal magnitud.

Esperaba que fuera el día más feliz de mi vida.

La calle sobre la que se encontraba la universidad estaba atestada de vehículos. Supuse que, por la lluvia, los estudiantes habían optado por no ir en transporte, así que estacioné a unos sesenta metros y —como había dejado el teléfono móvil en casa—agarré mi paraguas y, tarareando una canción, fui a buscarla a la banca donde ella siempre me esperaba.

Me detuve de golpe en cuanto la vi. No sé la cantidad de cosas que se me cruzaron por la cabeza en ese momento. Solo recuerdo haber pensado que había cometido un grave error. Y mi felicidad, ahora efímera, acabó destrozada. Me dije que era un idiota, un iluso por pensar que ella podía ver en mí algo más que un amigo. «Ay, Ryder. Tienes unas ideas tan estúpidas, ¿de verdad creías que ella podría quererte de la misma manera?». Las lágrimas volvieron, esta vez quemándome con más intensidad. Lo había creído, por un segundo había considerado la posibilidad de que Katia y yo... Mi corazón pareció ahogarse y mis manos se cerraron en dos puños. Katia y Julien —de pie a un lado de la banca— estaban hablando con una cercanía que no era propio de un par de amigos.

—Julien, siempre Julien —mascullé lleno de rabia.

En ese instante me di cuenta de que en realidad no podía odiarlo al muy idiota. De hecho, lo que más detestaba era eso; que no podía culparlo por acercarse a Katia como lo estaba haciendo. Ella era libre de hacer lo que quisiera con quien quisiese. Y el idiota parecía ser un buen tipo y, sobre todo, tener buenas intenciones para con mi amiga. Bien, tampoco debería haberlo llamado idiota, pero era lo único que me hacía sentir mejor en ese momento.

Para siempre en ti [COMPLETA] Versión de RyderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora