LA FIESTA

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Katia no me habló durante el resto de la semana. El único momento en que se dirigía a mí, era cuando nos sentábamos a cenar. Todo el tiempo moría por hablarle, pero cada vez que tenía intención de hacerlo, mi cuñada aparecía en escena. El viernes por la tarde, aprovechando que la bruja malvada se había ido a comprar con Jen, me acerqué a su habitación y llamé a la puerta. Nada. Volví a llamar. Esta vez sí me abrió, pero solo un poco. Apenas se le veía la cara.

—Quería saber cómo estabas —dije con voz temblorosa.

Cuando una ligera sonrisa apareció en sus labios, mi cuerpo se relajó y mi corazón volvió a latir.

—Estoy bien, gracias —respondió—. ¿Y tú?

Asentí —demasiado— emocionado.

—Bien, bien.

Volvió a sonreír.

—Qué bueno, eh... Ry, si no te molesta, tengo que estudiar. Estoy un poco atrasada y la próxima semana tengo un examen importante.

—Claro, claro, no te preocupes. Me alegra que estés bien.

—A mí también —reconoció, y creo que nunca supo lo importante que fueron para mí esas palabras.

—Te dejo estudiar. Nos vemos después.

—Sí, adiós.

Di unos pasos hacia atrás y le devolví el saludo. ¿A quién podía engañar? Katia me importaba como nadie. Y estar alejado de ella solo me hacía miserable.

Y así llegamos al sábado, el día de la fiesta, y el primer día soleado después de una semana en la que habían predominado las nubes y la lluvia.

Britanie me había enviado un mensaje de texto con su nueva dirección: ahora vivía en la zona oeste de Finchley, un lugar muy bonito. Estimaba que tardaría en llegar hasta allí unos veinticinco minutos, por lo que, si salía a las siete y media, estaría más que bien.

Yo

«¿Necesitas que lleve algo?»

Britanie

«No, cariño. Contigo es suficiente, te extrañamos»

Yo

«Allí estaré entonces. Yo también los extraño»

Como durante el último tiempo me había acostumbrado a dormir temprano, decidí que lo mejor iba a ser dormir una pequeña siesta. Cuando me desperté, alrededor de las seis de la tarde, me di una ducha y preparé mi ropa: unos jeans azules, una camiseta blanca y una chaqueta de cuero negra. Mi cabello ondulado no tenía caso, por lo que decidí dejarlo como estaba.

A las siete y media ya estaba listo. Era tan sencillo. No comprendía cómo hacía Katia para tardar una eternidad cuando íbamos a algún lado. Me miré en el espejo y, a pesar de que no rebozaba de felicidad, me veía más que bien.

—¿Vas a algún lado? —La voz de mi cuñada arruinó el momento.

Rodé los ojos y me quité unos mechones de la frente.

—Te encanta entrar a mi habitación, ¿verdad? —Me volteé hacia ella y le hice una mueca—. ¿Sabes?, creo que en el fondo anhelas verme como Dios me trajo al mundo. —Sus labios se volvieron una línea fina—. Pues déjame decirte que eso no pasará.

—Deja de decir pavadas, ¿quieres? —Me encogí de hombros—. ¿A dónde vas? —demandó.

Alcé una ceja y me eché a reír.

—Por si no lo recuerdas, cuñada, tengo veintitrés años. Creo que ya he pasado la etapa en la que le digo a mi mami a dónde voy.

Ella resopló.

Para siempre en ti [COMPLETA] Versión de RyderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora