LO MEJOR DE MI VIDA

294 46 17
                                    

Jenifer y Max eran mi luz. Si bien mi hermano me había acogido en su hogar, el amor de mis sobrinos era lo que me había sacado adelante en mis peores días: la sonrisa de Jen y los juegos con Max, eran, sin lugar a dudas, lo mejor y lo más preciado en mi vida. Y yo estaba dispuesto a hacer todo por ellos, porque sin su amor, mi corazón habría muerto hacía mucho tiempo.

Me giré hacia la cuna de Jenifer, donde jugaba con el señor garritas: un dinosaurio peludo que le había comprado para su cumpleaños.

—Sabes que te amo, ¿verdad? —le dije. Ella me mostró el dinosaurio y me eché a reír—. Está bieeen, también lo amo. Pero que no se ponga pesado.

Balbuceó algo y siguió jugando.

A lo lejos, me pareció oír risas, así que me acerqué a la ventana y descorrí las cortinas. Al instante los rayos del sol me golpearon en la cara y no tardé mucho en sentir un leve mareo. Era algo habitual, no voy a decir que me había acostumbrado, pero por lo menos ya sabía a qué atenerme. En cuanto el mareo comenzó, miré hacia el jardín trasero y vi a Katia jugando a la pelota con Max. Me agradó mucho esa escena. Sentía la necesidad de que ella conectara con los niños. Creía que lo justo era considerarla la heredera del título al mejor tío/tía del mundo —que, por supuesto, me pertenecía—.

Jenifer llamó mi atención. Ella también quería mirar por la ventana. La tomé en brazos y la llevé.

—Da miedo tu tía, ¿no, cielo? Tiene pinta de mala, pero apuesto que tiene un corazón grandote. —Jen rio—. Aunque sí da miedo. No sé si es por ella, o por mí. O incluso por todo lo que tu mamá dice, pero da miedo.

Max corría de un lado al otro con la pelota mientras Katia intentaba alcanzarlo.

«Y es bonita», pensé. De esas que anhelas ver despeinada por la mañana, porque sabes que seguro se verá mucho más bonita.

Katia quería ser independiente, o eso es lo que intentó decirnos en la cena. No sé si su comentario «no quiero ser oportunista» fue dirigido hacia mí o si quizá lo estaba tomando demasiado personal. Aun así, me resultó molesto. Ben y Lizzie solo querían ayudarla para que la vida en la ciudad le resultara más fácil y no tuviera que lidiar con tantas cosas. No podía creer que fuera tan cabezota.

Me concentré en la comida mientras ellos discutían sobre el tema. A pesar de que el puré de calabaza y el pollo asado con limón se veían deliciosos, no me apetecía comer. Corté un trozo de pollo y me obligué a tragarlo. Qué delicia. «Si tan solo pudiera comer más», pero la falta de apetito era otro de los síntomas que más detestaba. Aunque debo reconocer que no siempre lo padecía.

Luego de la disputa sobre si iría en transporte público o no, decidieron que lo mejor era que yo la llevara; porque claro, Ryder pasaba sus horas haciendo nada, nada de nada. Nada en absoluto. Está bien, sí, yo me ofrecí. Pero solo porque era un amor de persona y eso me daba la chance de conocer más a Katia. Y además no me quería privar del placer de ver a mi cuñada consumida por la ira.

Katia pareció darse cuenta de que su hermana echaba fuego por la boca.

—No quisiera romper tu rutina —intervino.

—No tengo una rutina. —Sonreí.

Intentó usar a Jen como excusa y no funcionó.

Miré a Elizabeth y temí que redujera la casa a cenizas.

En cuanto todos se fueron a dormir, tomé las llaves del Lancer y salí a dar una vuelta. La noche, con un cielo límpido, se prestaba para un bonito paseo. Durante un instante pensé en llamar a la puerta de la habitación de Katia. Tal vez ella querría dar un paseo también. No obstante, lo pensé dos veces y desistí. Al final de la cena me pareció verla algo molesta. No quería perturbarla todavía más.

Para siempre en ti [COMPLETA] Versión de RyderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora