31. ¿Y ahora? PARTE DOS

221 16 22
                                    

Giré la perilla, y la puerta cedió sin ningún problema, entré con cuidado, todo estaba a oscuras, excepto por una tenue luz que se asomaba por el living.

Me adentré en la oscuridad, poniendo mis llaves entre mis dedos a la vez que cerraba el puño, al menos era un arma, primitiva y poco útil contra cualquier tipo de proyectil, pero era algo, algo que por lo menos me daba cierto grado de seguridad.

—¿Hay alguien? —pregunté para enseguida regañarme por mi idiotez.

"Claro, Alice, el intruso, que seguramente quiera robarte o matarte, te va a decir, 'estoy aquí, en la cocina, ¿quieres un sándwich?'"

Vi como una figura se levantaba de uno de los sofás, alta, hombros anchos, con un caminar elegante y autoritario, la misma se acercó a mí, y al estar frente a la luz, pude ver de quién se trataba, y fue eso mismo lo que generó que los vellos de mis brazos se erizaran por completo.

—Hola, querida—saludó con una lírica y relajada voz.

Semanas en las que sólo me decía "Anthea", para que ahora, estando en mi hogar sin haber sido invitado y habiendo entrado sin autorización, ¿me llamase "querida"?

"Esto definitivamente debe ser una mala broma".

—¿¡Qué diablos haces aquí!?—le pregunté algo enojada mientras veía como sus ojos se fijaban directo en los míos, ojos que ya portaban brillo, un brillo sumamente intenso, tan intenso como el mismísimo mar.

Pero no debía distraerme, no era momento para eso. Tenía al maldito gobierno británico en mi sala a una hora bastante alta de la noche, y no sabía por qué.

—Necesitaba verte—habló aun en completa calma—necesitaba decirte algunas cosas importantes.

—Mycroft, si es por trabajo, podías haber esperado hasta mañana, o incluso enviado un mensaje, por más que odies hacerlo, ¡o podías llamarme, por el amor de Dios! —le dije sin ceder, ni siquiera el tenerlo en frente lograría que mis defensas bajaran, no aquella vez. Ni sus ojos de perdición, ni su hermosa voz dejando escapar bellos elogios lograrían que bajase la guardia, debía estar firme.

—No, cariño, no es por trabajo que estoy aquí.

"¿¡CARIÑO!? ¿¡Acaba de llamarme 'cariño'!?"

Aquello hizo que se encendieran todas mis alarmas, y mi cerebro diera alerta roja a todo mi cuerpo, aquello no había sido un error de habla como en su oficina, definitivamente no, él se había oído muy seguro de sí mismo, y aquello lejos de tranquilizarme, me preocupaba aún más.

—Simplemente quería verte y decirte algo importante, muy importante—a medida que hablaba, acortaba aún más la distancia entre nosotros.

—Mycroft, ya dime qué suce...

—No—me cortó levantando su mano en señal de alto—déjame hablar, por favor—asentí, aunque no estaba convencida, porque toda la situación estaba realmente extraña, y se puso aún peor.

Vi como su mano viajó con cuidado en mi dirección, hasta tomar y colocar con delicadeza un mechón de cabello por detrás de mi oreja, como si lo hiciera por mí.

"Esto ya se está tornando más que raro, él jamás me toca a menos que haya una razón de por medio, o sea un roce accidental".

Sus dedos se mantuvieron allí, y sus ojos viajaban por mi rostro, justo como aquella noche en casa de sus padres.

—Mira—suspiró pesado, como si las palabras le costasen, sus ojos volvieron a recorrer mi cara, deteniéndose nuevamente en mis labios—. Perdóname por hacerte esto, pero ya no lo resisto más.

A Un Escritorio de DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora