35. Más que un abrazo

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Nos encontrábamos nuevamente en la finca, precisamente en el comedor, el mismo donde mi madre había realizado sus preguntas para nada discretas. Pero bien, estábamos ubicados en la mesa, estando yo en uno de los extremos y ella a mi izquierda.

Ya llevábamos cosa de cuatro meses, y parecía que todo iban por buen camino para nosotros; ambos nos llevábamos realmente bien como pareja (como Alice le dijo hábilmente a mi madre), porque sí, antes de serlo teníamos muy buen trato entre nosotros, pero aquello podía haber cambiado, sin embargo, el que estuviéramos juntos nos otorgó cierto grado extra de afinidad, y a su vez, dentro del trabajo, ambos seguíamos comportándonos de la misma manera, por tanto, era beneficioso para ambos.

Por otro lado, yo había logrado superar ciertos prejuicios con el contacto físico desde la cena con mis padres, pero aún me faltaba un buen trecho que recorrer, si bien podía besarla mientras alguna caricia era dada, o abrazarla cuando se sentaba a mi lado, estando frente a otras personas las cosas continuaba siendo tensa para mí, me sentía fuera de lugar si notaba que personas me veían mientras la tomaba de la mano, o ella caminaba de mi brazo, no me agradaba la sensación que me producía el que otros me vieran ser así, más aún con ella.

Pero sin irme mucho de tema, aparte de mis padres, los tíos de Alice, ya sabían de lo nuestro, aunque mi pareja se encargó de decírselos por llamada telefónica, por alguna razón, prefirió que no me conocieran en persona o siquiera hablaran conmigo, y si bien el motivo despertaba mi curiosidad, ella no quiso abarcar el tema, y yo preferí no preguntar al respecto, porque siendo sincero, la idea de no tener que presentarme y de más, no me era particularmente desagradable, al contrario, sufriría si tuviese que tener una charla y cena trivial para conocer a quienes serían lo más cercano a mis "suegros en vida". Así que sí, estaba de acuerdo con su decisión de mantener cierta distancia. 

Por otro lado, el único que no tenía idea de nada, era Sherlock, incluso John y Mary ya lo sabían y se lo ocultaban a Sherlock con tal de que no hiciera bromas o se burlara al respecto, porque sí, no tenía duda alguna sobre que lo haría.

—¡No me creo que cocines tan bien! —me comentó ella luego de que termináramos de cenar—la mayoría de cosas que haces las haces bien—me miró, y percibí ese brillo en sus ojos, ese brillo que había estado presente durante los últimos cuatro meses.

—Bueno, cuando vives sólo te acostumbras a cocinarte si no deseas morir de hambre—le expliqué sin dejar de mirar sus ojos—y como sabrás, siempre estuve sólo en casa.

—Pero ahora ya no—afirmó con un tono inocente que me produjo una pequeña sonrisa—yo estoy y siempre trataré de estar contigo.

—Y me cuesta decir que eso me agrada—respondí tomando su mano, algo que le produjo un pequeño escalofrío según percibí, haciendo que los vellos de sus brazos se erizaran mientras veía mi mano sobre la suya.

—¿Le dirás a tu hermano? —preguntó mientras cambiaba el tema, pero sin intentar apartar mi tacto.

—No, no aun, sé que esto ya es bastante evidente, pero quiero darle más tiempo a él, sabes cómo es Sherlock.

—Sí, lo sé, de igual forma, creo que ya está atando cabos por cuenta propia.

—Seguramente, y por eso mismo prefiero no decirle, quiero esperar hasta que su mente se enfríe con el tema.

Ella asintió y sentí como su pulgar acariciaba mi mano, como mostrando que estaba allí para apoyarme y ayudarme. A veces me costaba entender esos gestos, aunque con el tiempo había logrado comprenderlos mejor.

—Cambiando de tema, ¿sabes? Hay algo que siempre me produjo mucha intriga—comenzó por decir, a lo que la miré con curiosidad, esperando que continuase—porque yo sé que tocas el piano, lo sé porque tiene uno en la habitación con la chimenea, y porque tu madre ha hecho comentarios al respecto, pero nunca te he oído o visto tocar.

A Un Escritorio de DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora