59. Nuevo integrante

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—Sherlock—fue lo que le dije a Walter al momento de entrar al coche, él enseguida comprendió y asintió, colocando el automóvil en funcionamiento en dirección a la calle Baker.

Ya eran las 6.00 PM, por lo que a la vuelta iría directo a casa, Alice seguro ya estaría allí, pues se había ido en su coche a trabajar aquel día, dado que quería regresar a casa temprano por alguna razón.

El viaje hasta el apartamento de mi hermano fue bastante tranquilo. Las calles de Londres, siempre abarrotadas de personas que iban y venían, no mostraban gran diferencia a lo habitual, la gente caminaba apresurada a quién sabe qué lugar, concentrándose en un solo punto mientras evitaban chocar con las demás en una carrera contra ellos mismos.

—¿Usted y Anthea se encuentran bien ahora, señor? —oí la cordial y educada voz de Walter desde el asiento del piloto, era raro que fuese él quien hablase, y no D'Angelo, pero igualmente respondí.

—Sí, sí, ahora nos encontramos bastante bien, aprendiendo a convivir mejor bajo un mismo techo—respondí apartando la vista de la ventanilla, y centrándola en el espejo retrovisor.

—Es entendible, la vida en pareja nunca es sencilla al principio—explicaba, seguramente tomando como ejemplo su propia experiencia—pero con el tiempo cada uno se va amoldando al otro.

—Concuerdo—dijo Valentino, uniéndose a la conversación, ya encontraba raro que no opinase nada—. Cuando nos fuimos a vivir juntos, Clarice me regañaba seguido por no secar el baño luego de ducharme, o por cerrar demasiado fuerte los frascos.

—¿De verdad? ¿Por cerrar demasiado los frascos? —preguntó con una sonrisa mi chofer, a lo cual D'Angelo asintió con pesar—. A mí, mi esposa me regaña por dejar la tapa del inodoro levantada, creo que es algo más habitual.

—Al menos no te dice nada por orinar de pie en la noche, Clarice argumenta que el ruido la despierta, por lo que debo orinar sentado si me levanto en la madrugada—Walter rio mientras frenaba en un semáforo, eran pocas las veces que lo había visto reír genuinamente, pero desde que Valentino estaba con nosotros, él parecía mucho más abierto y relajado en su trabajo—. ¿Qué hay de ti, Mycroft? ¿Cuál es el regaño más frecuente que Anthea te da?

Aquella pregunta me había tomado desprevenido, porque, en primer lugar; no creí que me fuesen a incluir en la conversación, y, en segundo lugar, esa clase de problemas no iban de la mano conmigo.

—Bueno, en realidad, ella no suele regañarme por esa clase de cosas—expliqué, notando que ambos me prestaban atención— de hecho, es más frecuente que yo sea quien le recrimina por dejar sus zapatos regados por la habitación, o por hacer un desastre en la cocina al prepararse el desayuno—sentí la mirada curiosa y confundida de ambos hombres sobre mí.

"¿Tan fuera de lo común es que se inviertan los papeles?".

—Pero supongo, que, si ha de enojarse conmigo por algo—retomé la conversación—de manera más frecuente, es porque, según ella, soy demasiado competitivo.

—¿Competitivo? —preguntó con curiosidad Valentino, no terminando de entender a lo que me refería.

—Bueno, digamos que suelo jactarme cuando, jugando póker, ajedrez, o damas, gano las partidas, muchas veces de forma seguida—expliqué mientras recordaba las decenas de veces que lanzó un almohadón a mi rostro luego de presumir mi triunfo, para inmediatamente dejar de jugar y tomar su teléfono, aunque el enojo no solía durarle demasiado, yo me encargaba de hacerla sonreír casi enseguida.

—¿Y no hay más motivos? —negué con la cabeza mientras el italiano me veía—. Eres el hombre perfecto, Mycroft, de verdad no entiendo cómo no caíste antes en las manos de alguna chica —sonreí mientras volvía la cabeza a la ventanilla.

A Un Escritorio de DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora