9. Los efectos de alcohol

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Era entrada la noche, yo aguardaba en el automóvil junto a Walter, estábamos estacionados frente al apartamento de Alice, quien por más que insistí, se mantuvo firme en su decisión de que la esperase abajo.

En aquella oportunidad, ambos asistiríamos a una gala a beneficio, en lo persona, no solía asistir a esa clase de eventos, por más que recibía bastantes invitaciones a los mismo. Pero es que en esos sitios siempre era demasiada gente, en especial de clase alta, presumiendo sus bienes materiales y nula inteligencia, mostrándose como ganadores ante el resto. Pero aquella noche era la excepción, dicho evento beneficiaría bastante a algo a lo que yo apoyaba, por lo cual, me pareció justo asistir.

Normalmente iba solo a esos lugares, más que nada porque no tenía con quién ir, así que, en aquella oportunidad, pensé en que quizás mi asistente quisiese asistir, y para mi buena suerte, así resultó, de hecho, se había mostrado bastante entusiasmada con la invitación.

Mientras yo meditaba en mis pensamientos, la puerta del automóvil se abrió, Alice entró y me regaló una sonrisa, llevaba un vestido de satén color negro, con mangas hasta los codos y abierto en la espalda. En su rostro, portaba labial rojo y maquillaje a juego con su ropa, pero me resultó más interesante el apreciar su cabello recogido, era la primera vez que la veía así.

—Buenas noches, querida.

—Buenas noches—me miró, llevando su vista desde mis pies hasta mi rostro—es raro verte más formal que de costumbre, aunque no niego que el esmoquin te queda muy bien.

—Lo mismo digo—le devolví la sonrisa, la cual ella correspondió.

El viaje hasta el lugar fue bastante silencioso, ninguno de los dos parecía querer hablar, y ambos nos sentíamos cómodos con ello.

—Llegamos, señor—anunció Walter mientras paraba en frente para que nosotros bajásemos, lo habitual.

—Bien, te llamaré para que vengas a la vuelta, gracias, Walter.

Él asintió, y una vez que bajamos se retiró, caminamos juntos hasta la puerta del lugar, al llegar, di mi nombre al encargado, quien revisó la lista para enseguida dejarnos pasar. El lugar estaba abarrotado de personas, se oían risas exageradas y falsas, hombres que rodeaban la barra de bebidas, no alejándose mucho del sitio, y mujeres que salían y entraban del tocador de damas.

Era lo de siempre, era lo que odiaba, pero había algo que detestaba más, y aquello era la mesa, la mesa siempre era conflictiva, pues uno no podía elegir con quien lo sentaban, y más de una vez me vi atrapado junto a peces dorados.

Mientras caminábamos hasta esta misma, oí que alguien decía mi nombre, me giré para ver de quién se trataba, aunque en realidad no quería hablar con nadie.

—¡Mycroft, cuanto tiempo sin verte! —saludó la abogada, quien me veía con una gran sonrisa, me atrevería a decir que por lo menos habían pasado cinco años desde la última vez que me había visto obligado a cruzarme con ella—no has cambiado nada.

—Tú tampoco sufriste mucho el paso del tiempo—le hice saber y ella sonrió alagada, aunque en realidad mi comentario había sido una simple cortesía.

—Es bueno verte. Mi firma de abogados fue invitada, así que somos varios por aquí hoy—y viendo hacia Alice dijo—la última vez que te vi venías solo, es bueno verte en compañía, y más encima de alguien tan hermosa—dijo con cierta malicia.

—Oh no, ella es sólo una compañera de trabajo.

—Sí, simplemente nos llevamos bien—sumó mi asistente.

—Sí, por supuesto, simplemente amigos, ¿no, Mycroft?—aquel comentario no me había gustado en lo absoluto, yo sabía bien por qué lo decía, detestaba a los abogados, todo eran sucias aves carroñeras que disfrutaban con el chisme ajeno, era asqueroso.

A Un Escritorio de DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora