4. Día pesado

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Me dirigía con rapidez al automóvil que yacía estacionado a un lado de la acera, había tenido una mañana bastante exhaustiva, e iba derivado de una visita que me había visto obligado a realizar por culpa de mi trabajo, porque si por mí hubiese sido, jamás pensaría siquiera en hacer una breve cita a aquel funcionario, siquiera se me pasaría por la mente el ir a saludarlo y mucho menos en su propia casa.

Una vez que estuve frente al vehículo, con sumo cuidado dejé caer mi mano sobre la palanca de la puerta trasera del Bentley, una vez que entré, me ubiqué en mi lugar de siempre, para posteriormente colocarme el cinturón de seguridad mientras mi paraguas aguardaba entre mis piernas.

Por otro lado, mi asistente y Walter, quien era mi chofer desde que yo era muy joven, aguardaban con paciencia a que yo indicara el próximo destino.

—Por favor, hacia las oficinas, Walter, muchas gracias—el hombre asintió y puso en marcha el coche.

Aquel día en particular yo manejaba un humor bastante irritado, e iba con razones bien fundadas. Primero que nada y para encabezar la lista de desgracias en lo que a mí concierne, el día anterior había tenido de imprevisto una aburrida y monótona reunión con ciertos delegados y funcionarios de cargo menor al mío, lo que provocó que al día siguiente, es decir, en el que me encontraba, no quisiera más que estar tranquilo en mi oficina, sentado en mi cómoda silla de cuero, con un aburrido informe sobre mi escritorio, o redactando algún tedioso documento, pero lastimosamente a un ministro se le ocurrió la idea más brillante que su pequeño y poco utilizado cerebro pudo crear en el correr de veinticuatro horas, la de reunirse conmigo y su familia para entablar un tema profesional, nada realmente serio, pero que requería de atención, mi atención.

Ahora bien, la familia del individuo en cuestión estaba integrada por su esposa, y su único hijo, y aquí da inicio lo que desembocó en mi mal humor de aquel día. Aquella reunión hubiese sido, hasta cierto punto, soportable si el siguiente percance no se hubiese presentado.

—Preguntaré algo, y tanto tú, Walter, como tú, Anthea, no duden en expresar una respuesta sincera al respecto—hablé para llamar la atención de ambos, y una vez que los hallé atentos a mis palabras, procedí—¿soy alguien a quién parezca gustarle cargar a un ser humano de no más de dos meses de nacido?

Hubo un corto espacio de silencio, donde sólo se oía el habitual sonido de las calles de Londres, el cual se componía básicamente por gente, vehículos, el metro, y algún que otro ladrido de un perro, todo aquello entrelazado con el sonido sereno del motor del Bentley.

—En mi opinión, señor Holmes—tomó la palabra Walter luego de aquella momentánea ausencia de palabras—usted nunca tuvo una relación muy amena con los niños o personas en general, así que podría responder que no a su pregunta, y siento que el ministro lo haya puesto en apuros, —contestó con amabilidad y sutileza mi chofer, al tiempo que hacía un mínimo contacto visual conmigo mediante el espejo retrovisor.

—Me alegra saber que, a diferencia del ministro, tú me conoces mejor, Walter.

—Los años con usted me enseñaron cosas—sonrió mientras veía el camino.

Cuando giré mi rostro para ver a mi asistente, noté como a la misma se le había formado una sutil sonrisa en sus labios luego de haber oído las palabras de mi chofer. Labios los cuales, en aquella ocasión, llevaban un labial rojo carmesí, aquello me atrevería a decir que se le veía bastante bien, y más aún dada la sutil sonrisa que se curvaba en ellos.

• • •

Cuando al fin logramos llegar al edificio, yo tan sólo me enfoqué en entrar a mi oficina y cerrar la puerta enseguida de ello. Quería o mejor expresado, necesitaba un tiempo para respirar y descansar sin interrupciones, no me refería a sentarme a hacer nada, sino, a que la comodidad de mi silla y el leer documentos casi repetitivos durante horas ininterrumpidas, era mejor que el estar en un salón juntos a dos personas que no eran de mi mayor agrado, y si a eso le adicionábamos el hecho de que tuve que sostener al infante, no fue una jornada placentera en el más mínimo detalle.

—Adelante—le hablé a la mujer que tocaba mi puerta con lo que presumiblemente eran los nudillos de su mano derecha.

Apenas se abrió, ella asomó la mitad del torso por el umbral, viéndome directo a los ojos.

—¿Le gustaría una taza de té o algo por el estilo? Quizás le ayude a relajarse para trabajar—preguntó con amabilidad mientras sus ojos se mostraban fijos en los míos.

—Sí, sí, sería estupendo, muchas gracias.

Ella asintió y se retiró, cerrando la puerta nuevamente, dejándome sólo y en mi venerado silencio. Regresó al cabo de unos minutos, caminando con elegancia y lentitud, portando entre sus manos un platillo con su respectiva taza, y de la misma, emanaba un aromo muy reconocible y placentero. Una vez que llegó hasta donde yo estaba, dejó el té caliente sobre mi escritorio de madera, girando el mango para que quedara de frente a mi mano.

—De a poco yo también voy conociendo sus hábitos—dijo con una cordial sonrisa antes de marcharse, sin siquiera darme tiempo a responder

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—De a poco yo también voy conociendo sus hábitos—dijo con una cordial sonrisa antes de marcharse, sin siquiera darme tiempo a responder.

Dejé aquel cometario de lado, y disponía a beber el té, cuando Alice me habló por el comunicador.

—Llamada entrante de su madre, ¿la habilito?

Suspiré, no era que me disgustase hablar con mi madre, el tema era que no siempre tenía el humor para hablar con ella, y aquel era uno de esos días. Por otro lado, si declinaba, ella volvería a llamar cuando llegase a casa, lo sabía porque siempre lo hacía, de hecho, ella calculaba el tiempo para llamarme justo cuando hubiese llegado a la finca, dispuesto a darme una ducha para entrar en la cama o cenar algo.

—Pásamela, muchas gracias, Anthea—dejé salir un suspiro, para posteriormente, dejar el té sobre la mesa nuevamente—. Buenos días, mamá.

¡Myc! ¿Cómo estás?

"Está alegre, más de lo usual. Algo me dice que debería preocuparme, aunque no tengo completamente claro el motivo".

—Bien, dentro de lo que cabe.

¿Y qué hay del trabajo? ¿Anthea continúa siendo tu asistente?

—Sí, de hecho, ella es la mejor que he tenido, por lo que me conviene que siga conmigo.

Entonces eso es bueno, me alegra que ya no tengas tanta carga como antes, no me gusta verte muy estresado.

—Sí, bueno, ella maneja bastante bien mi agenda y rutina, así que es algo menos por lo cual preocuparme.

Y escúchame, ¿estás comiendo bien? —rodee los ojos enseguida de oír eso, era una pregunta tan habitual, que rayaba en lo molesto—. ¡No pongas esa cara! Si bien no te veo, te conozco, Mycroft.

—Sí, estoy comiendo bien, ¿de acuerdo? De hecho, últimamente suelo ir a almorzar junto a Anthea durante su media hora.

Me alegra oír eso, saber que no estás tanto tiempo solo.

Iba a responder a ese extraño comentario cuando mi asistente golpeó nuevamente la puerta de mi oficina.

—Lo siento, madre, pero debo colgar, tengo trabajo, saluda a papá de mi parte.

Claro, hasta luego, cuídate.

Colgué el teléfono y le indiqué que pasara, a lo cual ella entró, y tras de sí, el agente James Tyler, quien seguramente venía a dar su informe, por lo que sí, mi día sería largo, y más encima, mi té se había enfriado. 




A Un Escritorio de DistanciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora