1840 en Rumania, Brașov.
El Príncipe se enamoró de un ser de luz, la Princesa se enamoró de un ser oscuro, pero pronto su amor se verá afectado por las decisiones de su padre, alguno podrá dejar su felicidad por el futuro del reino...
"El amor se f...
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Izan Aposteleanu
Si de algo estoy seguro es que no quiero nada con Vanessa, la manera en la que se comportó el otro día fue tan desagradable, sé que yo tampoco estuve bien pero como pudo caer tan bajo al mencionar a alguien de mi pasado que tanto ame y amo, alguien que siempre estará en mi corazón.
–¿Cómo dices Izan? –preguntó mi padre.
–No me voy a casar con ella, no quiero –hable decidido.
–Tú vas hacer lo que yo quiera –se acercó–, algún día será tu momento de gobernar.
–Enserio te importa tan poco mi felicidad, ¿porque no dejas que este con alguien que ame?, ¿porque tiene que ser así?
–Para manejar un reino no se necesita amor, metete eso en la cabeza Izan.
Le di una última mirada y salí del estudio. Una furia recorría por todo mi cuerpo, como podía decir eso sin ninguna expresión –pensé.
–¡Izan! –grito una voz femenina.
Gire y Vanessa camino hacia mí.
–¿Qué quieres? –hable en un tono de voz frio.
Realmente no me siento capaz para lidiar con ella ahora.
–Hablar.
–¿De quieres hablar?
–De lo que paso el otro día.
–Ahora no estoy de humor –di la vuelta para seguir subiendo las escaleras.
–Izan –llamo.
Seguí mi camino y ella seguía llamando mi nombre.
Entre a la habitación y camine hacia el balcón –sentía en mi pecho un dolor–, todo el enojo acumulado quería salir y destruir todo a su paso.
–Izan –una mano toco mi espalda–, ¿Qué pasa?
Sentí como de un momento a otro por mi cuerpo recorría una paz.
–Solo abrázame Meiga –dije mientras lagrimas caían por mis mejillas,
Con sus brazos rodeo mi torso y apoyo su cabeza en mi espalda, sentía como su corazón latía rápido.
Pasaron unos minutos y gire para verla, ella me dio una sonrisa pequeña y con cuidado paso su mano por mi mejilla quitando mis lágrimas.
–¿Quieres hablar al respecto? –hablo con una voz serena.
Moví mi cabeza para decir que no y ella solo asintió.
–¿Cómo estás? –pregunte.
–Bien.
–¿A qué venias?
Ella se alejó y camino hacia mis pinturas.
–¿Sientes algo por mí? –dijo dándome la espalda mientras miraba mis pinceles.
