CAPÍTULO 47

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Narra Damiano:

— Yo confiaba en ti, Damiano. Confiaba en que no ibas a hacerle daño a mi pequeña, en que te ibas a esforzar, pero es que siempre acabas igual en todas las relaciones. — Suspiró. — No eres capaz de darte cuenta de que hay gente que te quiere, que se preocupa por ti, y que si insiste, es porque te quiere, no porque sea una pesada. Tu puta arrogancia se ha cargado una relación más, porque te aseguro, que a ella, no vuelves a hacerle daño.

¿Cargarse una relación más?
El corazón acababa de darme un vuelco.

— ¿A que te refieres con lo ultimo? — Susurré.

— ¡Que no pienses en buscarla! Se va a volver a Madrid, y es por tu culpa. Se quedó por ti, porque te tenia a ti, y la hacías sentir bien, pero ahora no tiene razones para quedarse, porque ya te lo digo de su parte, habéis terminado.

Alessandro volvió a la puerta, y se fue detrás de ella. Yo caí en el suelo de rodillas.

[...]

Narra Sofía:

Sentía como Damiano se movía a mi lado. Se giraba de un lado para el otro, y yo no entendía porque.

Decidí abrir los ojos, y cuando vi el estado en el que estaba, entendí que estaba teniendo una pesadilla.

Tenía los ojos cerrados muy fuerte, y algunas lágrimas caían en sus mejillas. Ahí supe que tenía que hacer algo.

Le agarre de los hombros e intente que dejara de moverse, pero era imposible, tenía más fuerza que yo.

Probé absolutamente de todo, hasta que no me quedo más remedio que ponerme encima suyo y agarrarle la cara fuertemente para que parara.

Yo estaba temblando de verlo tan mal, me dolía muchísimo.

De golpe se despertó y sin más preámbulos, me abrazo fuertemente, cosa que me tomó por sorpresa. Sollozaba como un niño pequeño contra mi pecho, y yo estaba punto de romperme, sabía que algo grave estaba pasando y tenía que ver conmigo.

Al cabo de los minutos se tranquilizó, pero no me soltó, si no que se quedó callado.

— ¿Damià, estas?

El asintió sin más, y yo le acaricié la cabeza.

— ¿Has tenido una pesadilla?

Volvió a asentir sin pronunciar ninguna palabra.

— ¿Tenía que ver conmigo?

Otra vez asintió.

Suspire y me separe un poco de él para poder mirarle a la cara. Tenía los ojos rojos de haber llorado.

— Tienes que hablar y contarme que pasaba en esa pesadilla. — Susurré mientras le acariciaba la mejilla.

— He soñado con el día que tú tío vino a decirme que lo nuestro se había acabado, que me había cargado nuestra relación. — Susurró levemente. — Y no es la primera vez.

Quise llorar yo también. Eso era culpa mía. Le había generado un trauma, o algo parecido. Había echo algo que lo había marcado, algo que lo había echo débil y vulnerable.

Me sentí la peor persona del mundo en ese momento.

— Perdóname... — Susurré en un sollozo. — Todo eso es culpa mía.

Me levante de encima suyo y cogí la camiseta que había en el suelo. Me la puse y salí de aquella habitación en búsqueda de aire fresco, y un cigarrillo.

Salí a la terraza, aquella que tenía vistas al coliseo.

No pude evitar que algunas lágrimas cayeran de mis ojos. Seguí sintiéndome la peor persona que existía en el mundo por haberle echo daño.

Nos hicimos el mismo daño y ninguno de los dos buscó nada para remediarlo.

La puerta de la terraza se abrió detrás mía y supe que venía en mi búsqueda.

Cuando supe que estaba a centímetros de mi, tuve el valor de hablar.

— Perdóname por haberte echo daño...

Él se acercó a mi y me abrazó. Me abrazo con ternura, compasión y mucho amor.

— El único que tenía que pedir perdón aquí, fui yo, y ya lo hice. Tu no tienes porque hacerlo. Te fuiste porque lo viste conveniente, y aunque me costó verlo, fue lo mejor.

Respire fuertemente mientras le daba una calada a mi cigarrillo. Necesitaba esto para relajarme.

— No me quedo tranquila sabiendo que yo también te hice daño, no estoy tranquila en absoluto. — Susurré. — Me ha dolido tanto verte en ese estado, verte tan mal en general, que saber que era por mi culpa ha sido como si me tiraran una jarra de agua fría encima.

— Deja de echarte las culpas, por favor. — Musitó el. — Si las cosas pasaron fue por algo, el destino quería que fuese así.

— Pues que asco me da el destino a veces.

El asintió y siguió abrazándome debajo de la luz de la luna.

Cuando aquello se tranquilizó un poco, me decidí a seguir la conversación.

— Date cuenta que los dos estamos rotos, que necesitamos sanar.

— Soy consciente de ello, cariño. — Musitó.

— No se si hemos echo bien en volver, quizás no estamos sanando.

Él me agarró las mejillas e hizo que le mirara a los ojos fijamente.

— Estoy seguro que hemos echo bien en volver a reencontrarnos. A veces hay personas que no son capaces de sanar en soledad, personas que necesitan a alguien para que tire de ellos y los reconstruya. Que reconstruya esas ruinas que algún día cayeron, como Roma misma. Yo estoy seguro de que tú eres esa persona para mi, esa persona que me va a reconstruir por mucho que cueste, y espero yo serlo para ti. — Susurró contra mi frente.

Y tenía toda la razón, no siempre podemos superar las dificultades en soledad, muchas veces necesitamos a alguien que nos guíe por el buen camino y nos ayude a seguir, a sanar aunque cueste. Porque así es la vida, sufrimos mucho, pero eso nos enseña a valorar todo aquello que nos rodea.

Y eso pasa con las personas que queremos, sufrimos por ellas porque aprendemos a valorarlas, y sobretodo a quererlas.

Por que el amor mueve todas las fronteras y distancias que haga falta. Querer es vivir, y vivir es querer.

El era esa persona para mi. Él era quien iba a reconstruirme a mi, y yo a él.

Porque éramos almas gemelas. Era el amor de mi vida.

L'inciampo dell'amore // Damiano David Donde viven las historias. Descúbrelo ahora