SESENTA

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MARATÓN 1/3

—¿Santiago cuánto?

Puse los ojos en blanco. Fuera de broma, era la tercera vez que repetía el nombre de quien parecía ser un nuevo enemigo en nuestra lista y a pesar de que lo pronunciaba fuerte y claro, parecía que a todos le entraba por un oído y les salía por el otro.

—Ibarra —contesté hacia mi cuñado, evitando sonar en mala. Por suerte le había crujido invitarme a mí también a la cafetería o toda la reunión habría sido en vano con su pésima retención de nombres.

Ya... Tampoco era como que mi memoria fuera digna de estudios rusos, pero claramente era capaz de retener un simple nombre.

Aún más con la importancia del portador.

—Mh, no me suena de nada el loquito.

—A mí tampoco —declaró mi hermana con una mueca y sin siquiera levantar la vista. Entre sus dedos tenía unas piezas de un rompecabezas de princesas que había empezado a armar casi cuando dio el primer paso dentro del departamento—. Y estoy segura de que tengo un listado de conocidos más extenso que ustedes.

Apenas salimos de la cafetería, me vi en la necesidad de pedirle a la Amelia que fuera al departamento del Vicente para contarle a ambos la situación que teníamos en frente y saber desde su propia boca si conocía al tal "Santiago Ibarra" que al menos a mí, no me sonaba ni en pelea de perros. Para el daddy no fue un problema que ella viniera y de hecho, podía sentir que aunque no lo demostrara, estaba agradecido de tener apoyo adicional.

—¿A ti te suena? —cuestioné en dirección al susodicho, quien permanecía con su hombro apoyado sobre la pared y sus brazos cruzados.

Había estado escuchándonos en silencio y sin aportar más que lo justo y necesario.

—No —me contestó con sus cejas ligeramente fruncidas—. Pero si ella lo conoció en España dudo que alguno de nosotros lo conozca.

—Es chileno —comentó mi cuñado, pero en vista de lo vago de su argumento, intentó explicar mejor—. Sí, lo conoció allá, pero él no llevaba más de dos meses en el país porque estaba haciendo un curso o algo así fue lo que entendí.

El daddy asintió con la cabeza suavemente en respuesta y no emitió ni una palabra. No me gustaba que estuviera tan callado porque me daba pena tan solo imaginar lo que pudiera estar pasando por su cabeza, pero entendía perfectamente que no debía insistir y simplemente debía apoyarlo por cualquier cosa y mantenerme centrada en la conversación que requería estar alerta y pensar en algo que hacer con la información que teníamos entre manos.

—¿Puedes contar lo que te dijo la Mónica con lujo de detalles de nuevo, Pioja? —me pidió mi hermana. Parecía querer tomar una pausa luego de haber armado por sí sola la mitad del rompecabezas de Disney—. El Javier lo contó tan mal que creo que mi mente bloqueó el recuerdo de haber escuchado tantos errores gramaticales en una historia.

—Tss, andai tierna hoy —ironizó su pololo, alzando su vista para entrecerrar los ojos en su dirección y luego volver a prestar atención en el armado de la cara de Rapunzel.

Ambos llevaban alrededor de media hora con el rompecabezas entre manos, sin embargo, la Amelia había hecho casi todo por sí sola.

PAPI MECHÓN (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora