—Que lindo, hueona.
Era como la tercera vez que la Amelia decía algo así, por lo que ya ni me molestaba en contestarle.
Ambas estábamos ahí mirando como si fuéramos leonas asechando a nuestra presa.
Con la diferencia de que yo no me lo quería comer.
Obvio.
A ese hueón no lo podría pasar ni con una bebida, si era más penca que patá en la guata el culiao.
Lo que tenía de pesado, lo tenía de rico.
Pero sí, debía admitir que se me estaba subiendo el azúcar solo con observar la escena tan linda.
—Me dieron ganas de tener un bebé —comentó en voz baja— ¿creís que me haga uno? Digo, pa' que me salga igual de lindo.
Rodé los ojos probablemente un poquito celosa, ya que en ese momento yo estaba pensando lo mismo.
Pero ni cagando lo decía en voz alta.
—Ahí viene. —me dijo la Amelia en un susurro alarmado— fuera tema, hola silencio.
Me reí, ¡Yo ni siquiera había hablado!
El Vicente tenía la cara seria y siendo sincera eso me hacía pensar que el hueon nunca sonreía.
Hasta debe dolerle sonreír.
Unas ganas enormes de tocarle la cara me invadieron en ese momento... fijo que tenía la cara dura como piedra.
De todas formas el conchesumadre era más rico que la chucha.
Desvié la vista de él por unos segundos, para centrar mi completa atención en la bebé. Tenía un peluche en sus manos y lo pasaba por el hombro del Vicente como si estuviera caminando, mientras hacía soniditos súper lindos.
Ni siquiera pude evitar la sonrisa que se formó en mis labios solo con verla.
Era tan tierna conchetumare.
No podía así.
Amaba a los niños chicos, eran mi puta debilidad.
El Vicente aclaró su garganta haciendo que mi vista se despegara de la carita de la pequeña y volviera a ponerse sobre su amurrada cara.
Mi sonrisa se borró al tiro.
—Tengo que hablar contigo antes de que empieces a cuidarla. —me dijo.
Quizás en otra vida él fue un militar, pero un militar estable.
De verdad, es que su postura era como muy firme, hacía que su estatura pareciera de más de 1,90, sobre todo al lado de mi 1,60.
Incluso la Amelia que media 1,78 se veía terrible enana a su lado.
Ella una enana y yo un punto.
Asentí con la cabeza y esperé a que él hablará, pero nada salió de su boca.
¿Qué mierda?
Dio vuelta un poquito la cara y miró de manera extraña a la Amelia, mi hermana frunció el ceño y luego me dio una pequeña mirada. Pasaron unos segundos (o quizás minutos) y ahí recién la Amelia dejó de fruncir el ceño.
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PAPI MECHÓN (editando)
Teen FictionDe como una cabra de cuarto medio se fija en un papá soltero, antipático y orgulloso.