VEINTE

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VICENTE

Pasé una mano por mi cuello mientras miraba hacia el techo de la pieza. No sé exactamente por qué, pero en volá pedía ayuda al cielo.

Inhalé y tomé otro pantalón para luego mostrárselo a mi hija.

—¿Éste te gusta? —le pregunté con suavidad, esperando que la respuesta fuera un sí.

Ella lo miró por unos segundos y luego arrugando su nariz; negó con la cabeza.

Tenía que ser una broma.

Todas las veces en las que estaba apurado y teníamos que ser rápidos en nuestra rutina de las mañanas, a la Martina le daba la hueá.

Pasé las manos por mi pelo de arriba a abajo.

Estábamos atrasados por habernos quedado dormidos, y por mi parte un poco estresado cuando recién eran las diez de la mañana.

Y pa' más remate la princesa no quería ponerse cualquier prenda de su closet.

—Ya, filo. —declaré mientras la tomaba entre mis brazos y caminaba a la cocina— vas a tener que ir con pijama al jardín.

Una expresión confundida se hizo presente en su cara a la vez en que negaba efusivamente con la cabeza.

—¡Ño!

Levanté ambas cejas.

—¿Ah no? —la dejé sobre su silla de comer o como sea que se llamara el asiento culiao en el que comían los niños— pero si eres tú quién no se quiere poner ropa, no es mi culpa.

Caminé unos pasos hacia la cocina después de verificar que ella estaba bien sentada y procedí a hacerle su leche.

—Esa ropa es fea. —la escuché decir.

Tenía problemas en pronunciar algunas letras, y eso me daba a pensar que tenía que llevarla a algún fonoaudiólogo... Aunque igual era normal porque era chica ¿O no?

—Tu ropa es preciosa. —le contesté con mi ceño fruncido mientras cerraba la mamadera y la agitaba, para después dejarla entibiar.

—Ño.

Crucé mis brazos mientras me apoyaba en uno de los muebles de la cocina y la miraba.

Estábamos más que atrasados, pero no podía no detenerme unos segundos para mirarla; era preciosa. Y en momentos así en los que simplemente éramos los dos, comprendía lo mucho que me haría falta si no estuviera.

O lo difícil que sería no poder pasar todos mis días con ella... Tener que compartirla.

Agité mi cabeza sacando esos pensamientos y cuando comprobé la temperatura de la leche la extendí hacia ella, aunque no sin antes hacer que me diera un beso como recompensa.

Tomé mi celular, puse una playlist de videos infantiles en youtube y se lo entregué, para que se quedara quieta mientras tomaba su desayuno.

Por mi parte fui por enésima vez a su closet y tomé lo primero que se ocurrió.

Y que esperaba por fin le gustara.

—¡Llegó la mejor abuela del mundo! —escuché decir a mi mamá, aunque desde mi lugar no podía verla— hola, mi amor. —saludó a su nieta y apenas me vio salir de la pieza, frunció el ceño mientras me apuntaba con su dedo.

PAPI MECHÓN (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora