CUARENTA Y SIETE

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Quería llorar, pero no iba a hacerlo.

O al menos no al frente de él.

Guardé silencio por un momento, esperando –muy estúpidamente, cabe resaltar–, que el Vicente de alguna manera se arrepintiera de lo que acababa de decir.

Pero no fue así.

Porque él no era ese tipo de mino.

Así que no me quedó de otra que asentir con la cabeza en respuesta a sus palabras.

¿Qué más iba a hacer? Si él ya lo había dicho.

Su semblante, su expresión e incluso su postura demostraban frialdad y la típica seguridad que solía soltar simplemente con su presencia.

Filo, se había terminado.

Tomé mentalmente la dignidad que no había perdido en batalla y me di la vuelta pa' poder empezar a caminar hacia el interior de la casa, sin embargo, no logré dar ni un paso debido a que el Vicente rodeó con su mano mi muñeca, haciéndome volver a mirarlo.

—Perdona.

¿Perdona? ¡¿Perdona?!

¿Qué cresta se supone que significaba eso?

No quise mirar sus ojos ya que probablemente eso no me ayudaría en nada, menos con el hecho de que esa simple palabra me enojaba.

Perdona po hueón.

Solté mi muñeca de su agarre, tratando de evitar la brusquedad y sin responderle nada me devolví al interior de mi casa; la cual claramente seguía llena de gente.

En ese momento quise correrlos a todos por taparme la pasada y hacerme imposible llegar a la pieza, porque puta: ¿Acaso no se me notaba en la cara lo mucho que quería llorar y lo poco que quería bailar?

Costó, pero estaba llegando a las escaleras cuando noté al Javier a unos cuantos pasos de distancia. Traté de hacerme la hueona y rogué interiormente pa' que no me viera, ya que lo que menos quería era que de alguna manera mi hermana cachara que algo me pasaba y terminar aguándole el cumpleaños.

Lo malo es que no sirvieron de nada mis súplicas ya que al segundo siguiente tenía al Javier frente a mí.

—¡Te guardé la torta de panqueque naranja! —me avisó gritando exageradamente y con una amplia sonrisa, demostrando lo orgulloso que estaba de sí mismo— soy el mejor cuñado del mundo y no puedes negarlo.

—Gracias. —le dije, tratando de sonreírle. Pero, puta que me costaba por la cresta.

Obviamente el muy maldito lo notó y por lo mismo cambió la expresión en su cara.

—¿Estás bien?

No.

—Sí, tranqui. —contesté lo más rápido que pude, craneando al mismo tiempo una excusa— me duele un poco la cabeza no más.

—¿Segura? —cuestionó con ambas cejas fruncidas— ¿Pudiste hablar con el Vicente?

Guardé silencio por un momento y luego, lo único que atiné a hacer fue a asentir con la cabeza, porque de repente el nudo que nunca abandonó mi garganta se expandió y me impidió soltar palabra.

Por la conchetumare.

—Maite... —empezó a hablar mi cuñado, pero no me quedé a escucharlo, ya que renové mi camino y subí las escaleras hasta mi pieza.

PAPI MECHÓN (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora