Capítulo 33:

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—¡NO! ¡De ninguna manera leeré esa bazofia repleta de cursilería barata! Sobre mi maldito cadáver —mi terco esposo sujetó mis mejillas con su mano apretando con fuerza, retiré mi rostro suspirando para ocultar el miedo

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—¡NO! ¡De ninguna manera leeré esa bazofia repleta de cursilería barata! Sobre mi maldito cadáver —mi terco esposo sujetó mis mejillas con su mano apretando con fuerza, retiré mi rostro suspirando para ocultar el miedo.

—Entonces déjame leerla y luego te la entrego, ¿te parece? —Acaricié su pecho y le di un beso corto en los labios. 

—¡De ninguna manera, mocosa! Tienes terminantemente prohibido leer eso —se apartó de mis caricias evidentemente enojado—. ¡NO! Dámela ahora o te castigaré severamente.

—¿Qué harás con ella entonces? ¿Para qué la quieres?

—La arrojaré al fuego del olvido —señaló la chimenea con la cabeza, era evidente su molestia y repulsión hacia la carta, debía aprovechar la oportunidad.

—De acuerdo, papi. Si es tan importante para ti quemar esto, te propongo un trueque. ¿Te parece justo?

—¿Cuál? —Elevó una ceja y realizó su postura dominante, estaba hablando su idioma negociante, era su terreno.

—La carta a cambio de Maksim de asistente —ofrecí muy segura de conseguir mi objetivo.

—Negativo.

—Entonces no hay trato, papi. La carta es mía, lleva mi maldito nombre de soltera, ¡y estoy en mi completo derecho de leerla!

Me levanté simulando una valentía que no tenía en realidad, las piernas me temblaban y el pánico estaba por vencer mi coraje, pero no debía flaquear, era momento de medir mis fuerzas, era necesario descubrir el campo de influencia que había ganado esos meses sometida al pervertido alcalde. Pasando por alto sus gritos elevados y amenazas continué caminando a paso firme hacia el otro extremo del gran salón para subir las escaleras, seguía exigiendo obediencia de mi parte logrando erizar mi piel, el miedo jamás se anuló, sin embargo continué la marcha.

—¡Mari! ¡Niña grosera, vuelve aquí! —Exclamó ganándose la atención del personal que estaba cerca de nuestra discusión—. ¡Detente!

—¡Basta, Alec! —Me giré para enfrentarme al criminal—. Leeré la maldita carta, y tendrás que azotarme para impedirlo. ¿Lo entendiste? ¡Adelante! Oblígame a obedecer si puedes...

—¡NO PUEDES LEER ESA PUTA CARTA...! —Sujetó mis caderas y cayó de rodillas al suelo tiritando, una gran ovación de sorpresa invadió la estancia, hasta ese momento logré darme cuenta que teníamos demasiada compañía, sus trabajadores y parte de sus patrocinadores de campaña estaban en el salón aguardando por el alcalde de su pueblo. Un macabro político que yo tenía de rodillas ante mí, temblando de miedo por mi causa. Apretó la tela de la falda de mi vestido con desesperación respirando muy rápido y fuerte, parecía estar al borde de un colapso—. No lo hagas, mi amor... Estoy muy cerca de llegar contigo, será oficial... ¡NO! ¡NO! ¡NO! No leas eso, por lo que más quieras. ¡NO, MARI! Te ruego que no leas esa maldita carta.

Lactancia MaternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora