Abrí la puerta con cautela caminando al interior de nuestra alcoba, mi nueva prisión, mi esposo estaba sentado al filo del colchón fumando su habano de costumbre. Me miró, y sus ojos se humedecieron por el llanto.
—Marina... Yo... Lo siento tanto... Perdón... —lo noté entristecido, se puedo en pie dejando su puro en el cenicero—. Perdóname por arruinar nuestra fiesta de compromiso, bebé. Yo... Te lo advertí, no querrás estar cerca de mí cuando estoy ebrio.
—Alec... Tienes razón, tu y yo jamás fuimos amigos —me senté en la silla de mi tocador para estar más cómoda, y se colocó de cuclillas sosteniendo mis manos.
—Aquel hombre enfermo que viste yendo a buscar a un apuesto caballero, ¡ese soy yo, Mari! ¡Soy este monstruo! Estoy enfermo, vivo marcado por esta horrible perversión... Lo intenté, ¡te juro que intenté curarme! Pero fallé...—Alec dejó fluir su llanto, lo noté bastante afectado por lo ocurrido.
—Mi amor, tú no estás enfermo... No vuelvas a repetir eso —sostenía su perfecto rostro entre mis manos, y besé sus labios suavemente—. Solo tienes gustos diferentes a lo establecido por la sociedad, es todo. Pero no estás enfermo por gustar de los caballeros, y no eres menos hombre porque eso.
—Intento curarme, Mari. Pero regreso a lo mismo... ¡Vuelvo a caer en esa maldita enfermedad! Lo intenté todo, ¡ya no sé qué más hacer! Está maldición no se quita de mi cabeza, me persigue, me atormenta. ¿Debo morir? —Mi esposo estaba realmente afligido, sumido en una dura batalla contra su verdadero ser.
—¡Basta, Alec! ¡Te prohíbo volver a repetir semejante estupidez! Tú no estás maldito, eres perfecto así, deja de luchar contra ti mismo. Solo te haces daño, y te llenas de amargura... ¡Debes parar! No tienes que aparentar nada conmigo, podemos solucionarlo juntos.
—¿De qué forma, Mari? No quiero perderte, a ti no, no quiero que te aburras de mí, tampoco quiero hacerte daño... No más... —mi amor lloraba frente a mí y su dolor estrujó mi corazón, no podía soportar ver al hombre que adoraba sufrir de esa manera.
—Tienes un increíble poder sobre mí y lo utilizas de la peor forma, en mi contra... ¿Y para qué? Para cubrir tu gusto por los caballeros, me usas para impulsar esa obsesión desenfrenada, y todas esas mierdas que te empoderan como un varón respetable. ¿Verdad? Pero olvidas un detalle importante, yo también ejerzo un enorme poder sobre ti —me levanté de mi silla y me quité el abrigo revelando ante sus ojos azules mi vestido especial—. Yo soy tu dulce hija y tú eres mi padre. Esto funcionará si lo sabemos manejar correctamente, acaba de suceder, volviste a ser mi exquisito semental.
—Mari, tú eres mi hija... Cielo, debemos de conversar algo importante con respecto a tu madre…
—Eres un hombre muy sabio, Alec —corté el sermón del ruso sátiro, tenía un plan en mente y nadie iba a separarme de mi adorado padre—. Me viste día a día convirtiéndome en una versión bizarra de ti, en tu reflejo, en tu sombra. Me formaste paso a paso en alguien que no soy, en algo que no hubiese querido si no hubiese perdido el control en tus brazos. Me moldeaste para hacer lo que tú quieres, viviendo como tú quieres, siguiéndote a cada paso. Me obligaste a ser tuya, me destrozaste el alma, la esencia, sólo para poder ser un poco de tu agrado. Y no te detuviste hasta que lo conseguiste, aquí me tienes presa de ti... ¿Por qué no aplicar el mismo método en ti mismo?
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Lactancia Materna
Ficción General¿Alguna vez has pensado que un embarazo cambiaría tu vida? El destino de Marina Hardy cambia radicalmente cuando se vuelve nodriza del único hijo de Alec Mulroy, un viudo alcalde ruso aparentemente normal que esconde mucho más que corrupción. Ella s...