¿Alguna vez has pensado que un embarazo cambiaría tu vida?
El destino de Marina Hardy cambia radicalmente cuando se vuelve nodriza del único hijo de Alec Mulroy, un viudo alcalde ruso aparentemente normal que esconde mucho más que corrupción. Ella s...
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—¡Dios mío gracias…! —Capturé el preciado oxígeno desesperada bajando de la cama a gatas, el maldito recién se había dignado a quitarme la mordaza que me puso para evitar que los empleados del hotel vuelvan a tocar la puerta asustados por mis gritos—. Aléjate de mí, ¡estás loco…! ¡Ahhh!
—No hagas ruido, vaquita. No quiero volver a echar al personal de este jodido hotel, me enerva la gente entrometida. Regresa a la cama, te quiero en cuatro, obedece.
Observando su erección aterrada retrocedí arrastrándome por el suelo alfombrado, era la primera vez que gozaba a mi esposo completamente sobria, había pasado muchas horas y los efectos de mis estimulantes había desaparecido, el dolor que me brindaba mi lunático sádico era el peor, me había montado como un maldito toro mecánico pero sin mí fiebre que me ponía bien dispuesta a recibir su lujuria desmedida era insoportable. Cada movimiento de mi rodilla para alejarme fue un completo suplicio, estaba repleto, no me entraba más, y mi mandibula me dolía espantosamente, me había molido entera. Sentí sus garras sosteniendo mi abdomen y mi llanto fluyó sin control, era demasiado, me quería morir.
—No puedo más… Dame más chocolate del termo rojo, papi… Se quedará sin vaca para la ordeña… —soltó una risa burlona y me levantó sobre sus hombros, con el sonido de mis cascabeles de fondo—. Por favor… No quiero morir señor del sagrado cacao vikingo… ¿Tú sí existes?
—Yo existo, Mari. Puedes rezarme a mí, soy tu dios.
—No digas tonterías, papi. No puedo rezarle a un maldito sátiro como tú… ¿Escuchaste sobre el dios Pan? ¡Ahh! —Me dejó caer sobre el amplio y suave colchón, me estaba acomodando para empezar otra vez—. ¡Alec…! ¿Bebiste leche del diablo? Eso debe hacerte daño, no te baja…
—Tu padre solo bebe la leche de su dulce vaquita… Te necesito, Mari… Necesito tu dulce leche materna, tengo sed… Mucha sed de leche tibia —me lanzó una nalgada, el ardor me obligó a llorar apretando la almohada, fue brutal, y después de dos embestidas profundas se detuvo—. ¿Mi amor…?
—¿Qué…desea…mi…niña…? Dulce —sentí el delicioso peso de su cuerpo de golpe, por fortuna se estaba quedando dormido, me dejé caer y él se deslizó a un costado aprisionando mis senos entre sus brazos—. Me tienes loco por ti, amor. ¿Qué puedo hacer…? Estoy cansado, no puedo dormir sin ti.
Cuando escuché sus leves ronquidos a rastras volví a bajar de la cama, me sumergí en el agua para quitarme todo, y reprimí un grito al poner alcohol medicinal en las marcas de los dientes de papá sobre mi piel. No había gritado como una demente gracias a la mordaza pero él sí, y que alguien hubiera escuchado todas las barbaridades que gritó Alec sería bastante embarazoso para mí. Lentamente regresé a la cama encontrando sus ojos brillantes en medio de la penumbra, su pecho desnudo subía y bajaba con rapidez, su expresión herida me explicó lo que mi amado necesitaba de mí con urgencia. Se notaba por encima de la tela de la frazada.