Capítulo 56:

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A mí esposo le importó una mierda toda la tripulación que nos acompañaba, bochorno puro sentí cuando la maldita máquina aterrizó

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A mí esposo le importó una mierda toda la tripulación que nos acompañaba, bochorno puro sentí cuando la maldita máquina aterrizó. Y en ese preciso momento, después de pasar por una enorme puerta de metal, me quedé alucinada por la gigantesca tropa que nos recibió soltando gritos de guerra en su idioma.

—¡Alabado sea usted, honorable príncipe Ali Akbar! Nos honra contar con su divina presencia en nuestro país. ¡Bienvenidos a Nueva Delhi! —saludó un extraño sujeto vestido muy similar al concejal, pero mucho más gracioso y colorido. 

De pronto todo se convirtió en una fantasía vuelta real, las personas, en su mayoría de piel oscura y tostada por el sol, nos rendían pleitesía por el simple hecho de ser rubios, aunque mi bucles eran falsos parecía no importarles. Una caravana de asistentes nos condujeron en limosinas brillantes por las calles de la capital de India, una ciudad hermosa en su mayoría rústica y artesanal, habían puestos de telas, alfombras, animales y comida sin orden alguno, los caballeros vestían túnicas largas, turbantes y alhajas, y las mujeres vestían el típico sari con el manto cubriendo sus cabezas. No podía hablar, jamás en mi miserable existencia imaginé visitar ese país, creí que mi deseo se quedaría en una fantasía adolescente escrita en alguno de mis diarios de campamento. Mi voz regresó cuando mis desorbitados ojos contemplaron la grandeza de un majestuoso castillo.

—¡Madre mía! ¿Esto es tuyo? —Consulté al borde de un desmayo, era demasiado hermoso y edificado en mármol cristalino.

—No, cielo. Es de mi jefe, mi dominio se limita a Rusia. Podría ser tuyo si te gusta vivir aquí, si prometes ordeñarme tan ajustado como lo hiciste en el avión yo te compraré este maldito castillo para ti, me dejaste seco de leche... Mierda. Dame más dolor, mi niña —Alec me levantó sobre su hombro y de esa forma ingresó al castillo para subir una enorme escalera y dejarme caer en una cama cubierta por un precioso tul bordado en lentejuelas brillantes—. Te amo desesperadamente... Me tienes loco, tienes un sabroso trasero muy pequeño... ¡No quiero sentir estos horribles celos de adolescente! Por favor, Dulcinea... Enamórate de mí, ¿sí...? Necesito que ames a Ali... No a tu enfermo padre, ámame a mí.

—Alec… Yo te amo, lo juro... —me quitó la peluca y me arrancó el vestido infantil con rabia en sus ojos, sentí temor de sus acciones—. ¿Qué sucede? ¿Ya no te gusta nuestro juego? ¿Te cansaste de mí?

—Quiero hacerle el amor a mi mujer, a mi confidente y esposa... Quiero a Marina, sin disfraces, y juegos bizarros. Necesito que te entregues a mí conociendo perfectamente lo que soy, y lo que seré capaz de hacer por ti. Soy capaz de matarte si te atreves a abandonarme, es necesario dejar nuestros juegos infantiles para convertirnos en padres, sería bastante raro que nuestros hijos vean a su madre vestida como su hermanita, ¿no lo crees?

—Pero, mi amor... Te cuesta endurecer cuando no jugamos... ¡Demonios…! No me importa, de verdad... Podemos regresar a la caja de Lemus pero por favor no más tratamientos dolorosos, ni eléctricos, tampoco ampollas que te vuelven violento. Te necesito saludable, quiero que mi amado esposo tenga una larga vida, necesito que vivas muchos años para estar conmigo... ¡Ahhh! —Una fuerte embestida me sorprendió y acercó una caja de la mesita de noche, sujetó mis brazos para quitar las joyas que tenía puestas—. No eres indestructible por más títulos de príncipe que tengas encima de esta rubia y retorcida cabeza... ¡Alec! No quiero que mueras —sacó unas nuevas pulseras de la caja, esas pulseras eran delgadas y coloridas, las había visto antes, Manzur lucía unas parecidas—. ¿Me compraste nuevos grilletes?

Lactancia MaternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora