Caí derrotada sobre mi propio charco en el piso viendo las piernas de mi padre perderse dentro del cuarto de aseo, me dolía cada hueso del cuerpo, intenté apoyarme en la cama para ponerme en pie pero me resultó imposible, y de la manera más humillante empecé a gatear para acudir a su llamado. Uno, dos, tres movimientos y me desparramaba debido al dolor, mi trasero ardía como los mil infiernos, el maldito alcalde me había taladrado como un demente durante otra semana seguida.
—No olvides mi puro, cielo…—soltó con sarcasmo al verme entrar gateando.
—Maldito loco… ¡Te odio…! —Me sujeté del filo de la tina para treparme cayendo dentro del agua, el escozor del jabón me obligó a gritar muy fuerte—. ¡Mierda, duele mucho!
—¿Qué dijiste, mocosa grosera? —Su mano sujetó mi cara con violencia, apretó mis mejillas para fijar su imponente mirada en mí.
—Per… Perdón, papi… —me senté a horcajadas sobre él, y su mirada furiosa me hizo temblar.
—Tienes prohibido ser grosera con tu esposo, Mari. ¿Lo entiendes?
—Sí, perdón… ¡Ah! —Me quejé cuando me lanzó una jarra de agua encima, me tallaba con la esponja para retirar la suciedad de mi piel, luego volvió a sujetar mi rostro y me alerté—. Pero… ¿Qué hice mal…?
Quizás era por su edad, su evidente experiencia sexual, la relación obsesiva que habíamos cultivado desde el día que nos conocimos, o tal vez era su exquisito parecido a Misha, como fuera me tenía hipnotizada, aunque algo dentro de mí sabía que siempre fue así. Nuestra extraña amistad, aquella que molestaba a toda su familia, justo ese comportamiento tan impropio fue lo que nos condujo justo a ese momento sin ningún problema. Éramos demasiado cercanos, cómplices de muchas aventuras sexuales, le tenía absoluta confianza para exigirle lo que a mí me gustaba en la cama, él sabía demasiadas cosas sobre mí y viceversa. Nuestro vínculo era más fuerte que mi voluntad, aquel que había pasado a otra fase muy distinta, iba más allá de un aspecto sentimental.
—¿Tienes hambre, cielo? —Su voz me hizo vibrar.
—Sí —de inmediato tiró de una cuerda sin dejar de jabonarme, el pajarraco no tardó en aparecer en el baño, se quedó petrificada al vernos desnudos en la tina—. ¿Papi no tiene otra sirvienta? Este pajarraco no me gusta.
—Sube una bandeja de dulces, leche tibia y galletas. No tardes —ordenó sin más, la empleada demoró en reaccionar pero obedeció en silencio—. Abre la boca, Mari. Abre grande.
Todo mi cuerpo se estremeció cuando mi padre pronunció esa maldita frase, sabía bien lo que haría, y había pasado mucho tiempo. Deslicé mis dedos por su pecho mojado como una súplica silenciosa, pero no desistió.
—Por favor… Te volverás loco, lo sé… Me… Duele… —su mano tomó mis cabellos tirando con fuerza—. ¡Perdón…!
—Obedece, niña —lentamente abrí mi boca para complacerlo, y sus ojos se encendieron, lo ví perfectamente, se acercó bufando y escupió dentro de mi boca—. No lo tragues hasta que yo te ordene —metió dos dedos a mi boca jugando con su propia saliva y volvió a escupir dentro—. Tu sucia y grosera boca necesita el adiestramiento severo de tu padre. Trágalo.
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Lactancia Materna
Ficção Geral¿Alguna vez has pensado que un embarazo cambiaría tu vida? El destino de Marina Hardy cambia radicalmente cuando se vuelve nodriza del único hijo de Alec Mulroy, un viudo alcalde ruso aparentemente normal que esconde mucho más que corrupción. Ella s...