YERIK.❤️

1.8K 81 51
                                    

Todavía recuerdo ese fatídico día de diciembre, yo usaba el suéter del hombre que amaba, aquel que él mismo había asegurado me quedaba mejor a mí

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Todavía recuerdo ese fatídico día de diciembre, yo usaba el suéter del hombre que amaba, aquel que él mismo había asegurado me quedaba mejor a mí. La esposa de mi jefe se había marchado, su cuerpo estaba ausente como tanto lo había deseado, sin embargo su presencia jamás se fue de la hacienda municipal. Estaba padeciendo la horrible transición de ver al honorable caballero que yo amaba convertido en un espectro fantasmal en poco tiempo, mi jefe ordenaba colocar el plato de su esposa en la mesa como si ella no se hubiera marchado, era algo enfermizo pero nadie se atrevía a opinar al respecto. Desde un principio sabía que nuestro amor sería complicado pero Alec convirtió nuestro idilio en un imposible, y al final la rutina continuó. A este mundo de mierda no le importó que lo amaba, a nadie le importaba el tiempo que me costó ganarme su confianza, nuestras caricias compartidas en la clandestinidad de su despacho, los "te quiero" que susurraba en su oído con sumo temor de ser descubierto, la poesía que tantas veces me inspiró a escribir en mis noches de insomnio, mi agonía en la espera de sus besos, mi huelga de hambre, mi inevitable encierro, mis lágrimas de dolor. Observaba al hombre que amaba mirar en silencio la puerta principal con la esperanza tatuada en el rostro, él esperaba que esa chica volviera, lo sabía, todos lo sabían. 

—¿Alguna noticia sobre mi esposa...? ¿¡Alguien puede darme una noticia sobre mi niña...!? —Exigió el jefe golpeando su escritorio con el puño—. Tengo a todo mi maldito ejército barriendo el pueblo, ¡no puede haber desaparecido por arte de magia! ¡Traigan a mi vaquita ahora mismo! ¡Es mi hora de lactancia!

Mi jefe ni siquiera notó mi sufrimiento al verlo actuar cómo un desquiciado por alguien que no era yo, el dolor se acumulaba en mi pecho y vaciaba mi estómago de golpe. Aquel dolor que de la nada me arrojaba sobre la cama, me obligaba a apretar con fuerza la almohada y llorar, llorar hasta el cansancio, llorar hasta que mi conciencia colapsara y cayera en manos de Morfeo, mi salvador. Lloré en silencio para que nadie me escuchara, para que Dasha no se enterara de mi inmenso amor por mi jefe, aunque, seguro lo sabía. Las ojeras me delataban, mis ojos rojos debido al llanto, mi silencio, la forma tan eufórica con la que apretaba la pluma, mi tardanza en el trabajo, el papel pergamino mojado gracias a mis lágrimas de derrota...

—¿Puedo ayudarle en algo, señor Mulroy? —Me acerqué con la esperanza de hacer notar mi existencia, quería que supiera que yo estaba ahí para él, que siempre estaría a su disposición.

—Sí, Romanov... Puede hacer algo muy importante para mi sobrevivencia...—levantó su vaso de vodka en alto con la mirada quebrada.

—Lo que sea, jefe. Usted ordene y lo haré de inmediato.

—Tráeme a mi esposa de vuelta a mi lecho, eso puede hacer por mí. Hazlo pronto, muchacho… ¡Me estoy volviendo loco sin Mari…!

Mi mundo se detuvo, era un asco, respirar me dolía, era una pena que se sentía eterna, una pena que me detuvo en el tiempo en un momento cruel y horrendo. Mi mundo se detuvo, pero el mundo no porque todos extrañaban a la chica extranjera, Raymond, Nafar, Popov, y sobre todo el alcalde Mulroy... Intenté salir en un par de ocasiones de la hacienda, pero igual dolió, dolió ver que nadie detuvo la búsqueda de esa muchacha por mi tristeza, dolió descubrir lo insignificante de mi presencia, dolió ver que la disputa marital de mi jefe también había detenido mi vida, que la existencia de su esposa me afectaba más a mí que a cualquiera dentro de esa finca

Lactancia MaternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora