Thaile
Llegamos al restaurante con techo de cristal, ese tipo de lugar donde todo parece diseñado para que te sientas inferior si no sabes pronunciar el nombre del plato. Las vajillas son tan extravagantes que parecen más decoración que utensilios. El cielo nocturno se despliega sobre nosotros, estrellado y lejano, como si nos vigilara desde arriba, impasible ante nuestras pequeñas tragedias humanas.
Blanca y el niñato ya están instalados. Elías los alcanzó antes que nosotros, y ahora ocupa la cabecera como si se tratara de un banquete imperial.
Rosie se detiene apenas lo ve. Nicolás también. Se miran por un instante que dura demasiado para dos niños. Hay algo extraño, casi profético, en esa conexión inmediata. Como si se reconocieran, como si compartieran un código que los adultos no alcanzamos a comprender.
—Princesa, te presento a un amiguito, Nicolás —dice Blanca, con una sonrisa diplomática y demasiado medida, señalando al niño como si lo estuviera subastando.
Rosie le lanza una mirada entre tímida y curiosa. Sus mejillas se tiñen de rosa. Nicolás intenta estirar la mano para saludarla, pero en el proceso casi derriba un vaso de cristal. Sus orejas se ponen coloradas.
—Mucho gusto, princesa —dice él, con una inclinación torpe pero encantadora. La teatralidad no le queda mal, debo admitirlo.
—Rosie... —responde ella, con voz baja, como si esa única palabra llevara el peso de una revelación.
Los adultos observan la escena con sonrisas dulces, enternecidos por el inocente encuentro. Yo, en cambio, tengo que contener la risa.
—Límpiate la baba —le murmuro al niñato mientras paso junto a él, mi voz impregnada de sarcasmo.
Nicolás me lanza una mirada irritada, aunque su sonrisa no desaparece. Tiene la lengua afilada, pero sabe cuándo callar. Se sienta al lado del señor secretario, que apenas le dedica un gesto de cabeza.
—De verdad estoy muy feliz, Lena —comenta Elías de repente, sin dejar de observarme con ese brillo calculador en los ojos—. Después de lo de hoy, no me quedan dudas de que serás una compañera increíble para mi hijo.
—¿Oh? ¿Tenía dudas, señor? —pregunto, sin apartar la vista de él. Lo tuteo en mi mente, pero jamás en voz alta.
—Sí —admite sin vergüenza—. Pero no por usted... sino por él.
Frunzo el ceño. Marc se remueve en su silla, incómodo.
—Ignóralo, por favor —murmura él, mientras me roza la pierna por debajo de la mesa. Su contacto es sutil, casi imperceptible, pero quema como una promesa no cumplida.
Roger llega en ese momento, más relajado que en toda la semana. Palmea la espalda de su padre con un gesto de falsa familiaridad y se acomoda junto a mí, como si el mundo no estuviera colapsando lentamente en torno a nosotros.
Los camareros empiezan a desfilar con platos imposibles: espuma de trufa sobre carpaccio de salmón, sorbetes cítricos en copas de cristal esmerilado, pequeñas esculturas comestibles que parecen sacadas de un museo. Los niños miran sus platos como si fueran especímenes extraterrestres.
—¿Tengo que comer eso? —pregunta Rosie en voz baja, señalando algo que parece una flor marchita sobre una hoja.
—Solo si quieres crecer como una dama Turner —respondo con sarcasmo. Blanca me riñe con la mirada mientras el resto cree que he bromeado.
Descorchan una botella de champagne francés. Las copas suenan como un conjuro. A los niños les sirven soda en vasos delicados, con rodajas de lima como si fueran mini adultos jugando a imitar nuestras tragedias líquidas.

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Tras de ti
Mystery / ThrillerElla tiene un objetivo: ir tras él. ¿Pero qué pasa cuando la leona empieza a compadecerse de su presa y comienza a verlo con otros ojos? Él, un político que está a punto de ascender junto a su partido, sin imaginarse que, a ciegas, le ha abierto las...