08: Una sensación hostil

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JANICE

-No entendí.

Hazel suspiró, hecha un manojo de nervios. Nunca me tuvo demasiada paciencia y en ese momento mucho menos. Quizá me había tardado demasiado tiempo o no, sea como fuera, cuando encontré a Hazel, ella ya venía a mi encuentro como un vendaval en el que me forzó a correr junto a ella. Traía una expresión desencajada en la que se notaba que lo que sea que hubiera visto, le iba a costar explicármelo.

No obstante, cuando nos metimos en un caserío profundo y perdimos a los supuestos perseguidores de Hazel, los que yo no había alcanzado ni a ver, ella comenzó a hablar. Para ese punto del trayecto había derramado tal barullo de palabras que terminé mareada, sin contar con que gran parte de estas eran incoherencias sobre paredes de adobe y piedra, estados insólitos de la materia y joyas extrañas.

Sinceramente, me sentía justificada cuando digo que no entendí ni la cuarta parte de lo que dijo. A ella esto le irritó más si era posible. No habíamos caminado mucho, ya de regreso, a hurtadillas por si aún no estábamos seguras. Aunque yo la seguía, ella parecía ir sin rumbo hacia adelante sin importar nada.

-Realmente no me extraña que no entiendas -gruñó con la irritación a flor de piel, retorciendo lo que en sus manos escondía, como un par de láminas gruesas de metal- si ni siquiera entiendes el cálculo más sencillo de mates, mucho menos me ibas a comprender en esto. ¡Retrasada!

-Las mates no tienen nada que ver -me defendí, aunque sabía que tenía bastante razón- Me estas intentando decir que... ¿Qué atravesaste la pared?

-Eso es exactamente lo que acabo de decir.

-¿Y esperas que te crea semejante estupidez?

Ella se encogió de hombros y, aunque la oscuridad la ocultaba bastante bien, vi en sus mejillas el resquemor rojo de la ira. Cuando habló lo hizo seria y altanera.

-Créeme que no espero nada de ti y aun así me decepcionas. -me miró directamente a los ojos, deteniéndose para enfrentarme, observándome con ojo crítico como si yo fuera un acertijo- Ni siquiera sé qué haces aquí, cualquiera con un intelecto de preescolar me comprendería.

Ahí iba de nuevo, a insultar lo poco que me quedaba de dignidad. Involuntariamente mi ceño se frunció al tiempo en que se me acalambraban los nervios del resto del cuerpo.

-¿Te estás oyendo acaso, Hazel? Yo no estaría aquí si no me hubieras llamado hace rato. ¿Por qué no llamaste a Darleny o a Maresa o... a alguien más? ¿Alguien menos retrasado o que se fume lo mismo que tú, Hazel Bosheit?

Nos habíamos detenido a media calle, o, mejor dicho, ella se había detenido y a mí no me había quedado más remedio que plantarme a su lado. La luz del farol blanca más cercana estaba a siete casas de distancia, y ahí estábamos nosotras, jugando a las miradas fijas en la penumbra. En el inclemente silencio nocturno, en el que aún flotaba el olor a la tierra mojada de la tormenta que seguía cayendo sobre nuestras cabezas, aunque en forma de un débil cernido casi imperceptible pero que terminaría calándonos hasta los tuétanos.

Nuestras miradas lanzaban rayos, chispas y centellas. Siempre que mis ojos y los suyos concentraban en común y silenciosa discordia, parecía que nos retáramos a ver quién tenía mayor fuerza o quien odiaba más a la otra.

Finalmente, Hazel desvió su inclemente mirada al farol. Una interesante satisfacción me recorrió: había ganado. Hazel se había quedado sin argumentos y sin fuerza para mantenerme la mirada. No era una victoria magistral, pero era algo, considerando que Hazel me destruía en todas las competiciones, y hasta en cosas que no eran para nada de competir.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora