42: Garras de Arena

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HAZEL

Lo primero que mis ojos enfocaron al despertar, fue una esponja que se dirigía a mi frente. Sentí el contacto frío en mi piel y luego el ardor en mi hombro. Mi frente dolía como si algo caliente estuviese en el centro de mi cabeza, presionando hacia afuera. Me quejé en voz alta, por el dolor y que, de pronto, me sentía muy débil.

—Bendito —contesté al saludo con una mueca y un gesto, mi debilidad me impedía hablar. Obviamente me habían atrapado y, por consiguiente, quizá, estábamos en Oníria. 

Lo miré, confundida y aún tambaleante, mientras mis piernas apenas sostenían mi peso. Harshal me ayudó a levantarme desde la suave duna de arena en la que había caído. La luz pálida de la luna bañaba el paisaje, deslizándose sobre el mar de dunas que se extendía hasta el horizonte, dándole a todo una atmósfera de misticismo, casi como si me encontrara en Egipto, en algún rincón perdido de la historia. Una tristeza desalentadora se hallaba sobre mis hombros y me presionaba sobre el lecho en el que me tenían recostada. Cuando mi vista se despejó con suavidad, entendí quien era el que estaba atendiendo mis heridas, era Harshal.

—Despierta, Hazel. Estoy aquí —la voz profunda de Harshal llegó a mis oídos, calmante en medio de la tormenta que era mi mente. 

—Hola —suspiré, sonriéndole— te extrañé...

—Y yo a ti —se acercó él con cariño, aunque en sus ojos había consternación y preocupación.

En su rostro había algo nuevo, algo resplandecía a la luz de las esquirlas de la luna roja sobre nuestras cabezas. No podía concretar qué, pero era muy curioso, atraía la atención. Pero entonces él volvió a pasar la esponja por mi frente. El resultado de su acción fue un acceso de dolor que pasó hasta el último lugar en mi cabeza. Apreté los ojos y los dientes y él se detuvo. Lo miré al abrir los ojos.

—¿Estamos en Oniria? —murmuré, con la voz rasposa.

—Así es. 

—¿Qué tienes en la frente?

Una voz, potente, brusca y distante como un rayo, rasgó el silencio— Ponla en pie.

Mi debilidad era atronadora, me sentía como una marioneta vacía y deshilachada. Quien había hablado lo había hecho en ese idioma, el idioma de Harshal, el que se hablaba en Misraim.

—No te levantes sola —murmuró Harshal a mi lado, con una suavidad que no esperaba. Apreté su mano por instinto, buscando apoyo. La misma sensación acalambraba mis miembros, un cansancio, un sopor bastante extraño. Era como un amodorramiento que pesaba sobre mis hombros.

Abrí al completo mis ojos y, de un suspiro, comprendí que estaba en un desierto a las afueras de Oniria, en medio de una noche oscura. Por eso no había llegado hasta mi nariz el olor del incienso, ni me cegaban el oro y las piedras preciosas de las estatuas y los adornos de la ciudad.

Harshal, que hacía un momento se encontraba a mi lado, me sostenía por debajo del brazo con firmeza. Su rostro a centímetros del mío, solo entonces vi que en su frente había ensamblado un cristal purpúreo que brillaba levemente. Sus ojos más tristes que nunca. Parecía que había pasado semanas sin dormir y que lo había estado pasando realmente mal. Llevé mi mano a su mejilla y lo acaricié unos segundos antes de voltear para observar todo el panorama.

Mi mirada chocó entonces con algo brillante, algo que reflejaba la luz lunar roja, que los fragmentos de Sirakan en el cielo iluminaban pobremente. Jocsan, por fin nos veíamos ambos cara a cara, y era más aterrador que todas mis pesadillas juntas. Él me observaba en silencio, inmóvil, como si estuviera esperando algo. Había algo en su postura, en la manera en la que sus ojos se clavaban en mi, que hacía que mi corazón latiera con fuerza. Jocsan siempre había sido una figura inquietante, pero ahora, al verlo así, con esa mirada intensa fija, sentí una mezcla de temor y curiosidad. Todo en él gritaba poder, majestad, y algo mucho más antiguo que las dunas bajo nuestros pies. La distancia entre nosotros parecía infinita, aunque él no estaba a más de unos pasos.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora