21: Dulce Corazón Sangrante

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JANICE

Una voz susurra en el silencio. Dice mi nombre y yo me acerco. No sé donde estoy ni de donde proviene esa voz, el nombre por el que me llama no es el que normalmente uso. No es el nombre que tengo cuando estoy despierta. Pero es mi nombre, lo siento más propio que el antiguo. Por eso avanzo, busco el origen de esa voz en la espesura.

El sopor que me tenía atada de manos se desvanece poco a poco cuando ante mis ojos aparecen carrizos de humo azul. Parpadeo al sentir su aroma, su dulzón tacto, su sonido colorido y su gusto a tranquilidad. No me agrada. Me llena de angustia. Sé que detrás de esta cortina de humo se encuentra una desgracia. Una de la que yo soy participe. La voz sigue llamándome, desde lejos, muy lejos, es masculina, suena a la de un chico, afable y dulce, suplicante.

Me llama y no me es posible no ir a su encuentro, aunque se mezclen dos o tres nombres a la vez que me suenan igual.

Todos soy yo.

No lo entiendo, pero no hay nada qué entender. Solo debo ir a su encuentro, la oscuridad y el sonido del oleaje me abrazan y me rodean. Un océano se mece en algún sitio, talvez en mi interior. Sus olas rompen una contra la otra, llevándose mi miedo, me dejan seguridad con su cadencioso ritmo. Ven, me dicen, y pronuncian mi nombre. Mis nombres. Soy yo y yo soy todas.

Debo ir... pero no hay prisa.

Jazira...

La esencia de la voz se ha disipado. Estoy entrando en la habitación. La enorme cama resalta en medio de todo con sus telas delicadas y gráciles que caen en los lados. Él me espera. Puedo sentirlo. Es el rey el que me espera. No hay ansia en mi premura, sino asco, miedo, precaución. Se me castigará si no acudo, si no voy a su lado. Lo último que necesito es más dolor.

Esta vez, el aire está viciado a podredumbre, aventajando al del suave humo, vuelve y se asienta con una estocada profunda y, tal es su fuerza, que inconscientemente llevo el dorso de mi mano a mi nariz para reprimir una arcada, noto mis dedos enfundados en oro.

Algo no está bien.

Me detengo un paso antes de la cama y del velo en tonos oro que lo oculta. Mis ojos caen a la gota escarlata en el suelo. Contengo el aliento al dar un paso más cerca y descorrer las cortinas que dividen ese intimo sitio destinado a los dioses.

La imagen que golpea mis ojos es más perturbadora de lo que nunca imaginé. No soy capaz de gritar como lo deseo por el horror, porque no me es posible sentirlo. Siento alivio. Solo eso.

En la cama está mi esposo, con el que me casaron esa mañana y al que me han preparado las lampiñas por horas. El rey esperando por mí. Hay demasiado rojo en esta cama como para ser un sitio de descanso. Mis ojos saltan de un punto a otro con rapidez convulsiva, pero terminan anclados al tajo en su cuello, del que mana la sangre.

Jazira...

Me vuelvo hacia la voz que me llama del lado contrario. Es la voz afable y dulce del chico, y esta vez ha dicho un solo nombre. Esta vez ha dicho el correcto.

El dueño de la voz no está, porque el monstruo que veo al lado de la cama no es quien me acaba de llamar. Este ser es peligroso y su voz, si llega a hablar, no tendrá ni un tinte humano.

Delante de mí hay una mujer que dejó de serlo hace tiempo, aunque se niegue a reconocerlo. Su piel está llena de recientes y rojas marcas, ulceras todavía frescas que aun arrojan pus y sangre. Las llagas se mezclan con las abombadas hinchazones putrefactas. Y al captar mi mirada, su boca sin labios, por la que escurre un hilo de saliva espumosa, se tuerce en una ominosa sonrisa. Me reconoce y yo a ella.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora