09: Una Humareda de Pensamientos

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HAZEL

-¿Cuántos dijiste que lleva?

Janice carraspeó empujando sus gafas de cristal rosa sobre su nariz. Quizá lo único bonito en ella, que le da un aire más infantil de lo normal. Un accesorio que combina adecuadamente con sus aretes de metal blanco y aquella pulcra pulsera tintineante de su muñeca que, por alguna razón, esta vez faltaba.

-Después del sexto, dejé de contar -respondió, echando un ojazo hacia Ottoniel, que cercano, aunque no lo suficiente para escucharnos, fumaba rabiosamente un cigarro de número indeterminado.

-¿Lo dejarán entrar a clase con esa aureola grisácea a su alrededor?

-No lo sé. -murmuró ella- toma en cuenta la influencia que tiene su familia.

-Su familia no tiene nada de lo que aparenta -chasqueé la lengua.

Maresa, entre nosotras, se introdujo a la conversación dándonos un codazo leve, aunque considerablemente fuerte a ambas.

-¿Y qué tiene que fume? Al menos no es marihuana. Y ya te ha gustado un chico esclavizado por ese tipo de humo.

Janice sonrió socarronamente, gesto que nunca combinó con su rostro, pues sus rasgos eran demasiado dulces para esas expresiones. La mía fue opuesta y, ante la mirada de ambas, me hice la desentendida.

-No sé de qué hablas.

-Vamos, Hazel -se carcajeó la chica de las gafas- ¿no te acuerdas de Ordoñez?

Me estremecí.

-No. No recuerdo a nadie con ese nombre. -Era agradable tener dos personas con las que pasar el tiempo, pero no cuando ambas se ponían en tu contra. Janice y Maresa sonrieron- Da igual, chicas. Estamos hablando de O, no de malas experiencias.

Ambas chicas estallaron en risas, atrayendo más de una mirada curiosa o de reprobación. Lo de Ordoñez fue una muy mala pasada, no lo decía por broma. El chico estaba guapo, había que decirlo, pero los problemas empezaron desde su nombre, y aunque está mal juzgar por el nombre o la raza, si yo lo hubiera hecho nada de eso habría ocurrido.

Nunca tuve nada en contra de los que consumían esa hierba, la tan afamada marihuana, porque los que había conocido no eran malas personas.

Siempre tenían algo inteligente o profundo que decir que te hacía ver el mundo con otros ojos. Según decían, la marihuana activaba la mente. Ese era el caso de Juampa, otro amigo y hermano de Maresa, cuya cabeza era extraordinaria. Tenía incluso la voluntad para dejar el vicio a una semana por mes y seguir siendo humano, aunque con cambios de humor muy drástico.

Pero Ordoñez... Ay, Ordoñez, pobre ignorante. A él parecía sólo quitarle el raciocinio que impedía a la imprudencia cagarla. Prefiero creer que fue la droga la que lo hizo actuar de esa forma tan precipitada.

El día que nos conocimos me pidió todo en una sola frase. Llevábamos apenas una media hora de conocernos, me había gustado físicamente y por eso acepté dar una vuelta con él para hablar. Vestía bastante bien, formalmente, pero sin pasarse, y su olor era agradable y masculino. No me pareció una mala compañía en ningún sentido, pero luego habría de arrepentirme.

No sólo por su insípida conversación, en la que él respondía escuetamente y con monosílabos a mis preguntas sobre sus intereses. Me fue imposible hablar con él, de esos treinta minutos, unos veinte debieron ser de silencio incómodo.

-¿Te molesta si fumo uno? -y sacó discretamente el porro de su bolsillo- lo necesito para algo en específico.

Ante mi negativa, dio tres caladas profundas y exhaló las respectivas bocanadas de humo grisáceo. Yo lo admiraba en silencio, sin la mínima vergüenza. De cerca, no era tan atractivo. En eso difería con Ottoniel, cuyas facciones eran tan bellas de lejos como de cerca. Siempre me pareció interesante ese vicio del fumador y mientras miraba a Ordoñez, estaba preguntándome lo que se sentiría que tus pulmones se llenen de ese gas, cuando él tomó la iniciativa y me tomó de la mano, obligándome con poco tacto a detenerme.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora