12: Una amenaza y una sonrisa

31 9 9
                                    

JANICE

En una ocasión Hazel me había dicho que sabía exactamente cuando yo mentía. Enumeraba a la perfección cada indicio que acreditaba que yo lo hacía, alzando dedo tras dedo al mencionarlas para que no quedara duda. En ese momento, en que ella se había jactado de ello, quisiera haber prestado más atención, pues no sé qué hice mal, pero Ottoniel no me creyó cuando yo le dije que no sabía de qué estaba hablando a su pregunta del paradero de mi supuesta amiga.

Ser secuestrada antes de entrar a mi casa no era mi mejor idea de cómo pasarla bien esa tarde. Pero se veía que Otto tenía algo diferente en mente.

Ahora estaba frente a mí con los brazos cruzados impidiéndome la entrada si yo no le respondía, vestido en ropas raras y con un aspecto desmejorado. Casi vagabundo. Me pregunté si debía gritar por ayuda a mi padre, pero eso se vería mal, muy infantil. Lo mejor era de plano contestar o contestar.

Su cabello rubio oscuro estaba descuidado y bajo sus ojos había dos círculos oscuros que daban testimonio de unas buenas noches de insomnio. La ropa que cubría a medias su cuerpo estaba cubierta por una considerable capa de lo que imaginé era polvo o arena, pero rojo y dorado, lo que me extrañó aún más. Su piel, normalmente marmórea en su rostro mellado únicamente por unos lunares oscuros, ahora se veía coloreada por la quemadura de un sol más fuerte que el que brillaba sobre nosotros. Y si esto no fuera suficientemente extraño para sorprenderme, su pierna derecha hasta un poco más abajo de la rodilla se hallaba entablillada.

Quizá reparé demasiado tiempo en ello, porque él se removió nervioso ante mi mirada. Consciente de ello, volví a sus ojos.

Si yo hubiera querido, lo podría haber empujado para darme tiempo a entrar en casa o correr hacia cualquier otro sitio pues estaba claro que no podía caminar solo. Dos tablas y una venda inmovilizaban su pierna, con suerte podría dar un paso sin caerse. Podía notar como cambiaba de vez en cuando el peso de una pierna a la otra.

Todo esto abría lugar a otra pregunta: ¿cómo había llegado hasta aquí si se suponía que su casa estaba a varios minutos de la mía? No había muletas a la vista, ni silla de ruedas ni nada por el estilo.

Ottoniel siguió ahí, como dándome tiempo a decir otra cosa. A retractarme o a inventar una mejor respuesta para su pregunta. Pero yo me mantuve recia en mi mentira y como para darle mayor seguridad a mi testimonio fraudulento, me crucé de brazos yo también.

-¿Por qué habría de saber dónde está esa malcriada? -rematé, fingiendo irritación ante su insistencia.

-Son amigas. -contraatacó.

Su serenidad me asustaba, porque siempre se había mostrado así de calmado ante cualquier situación, tanto, que hasta aterraba. Nunca dio señales de ser como lo que Hazel había visto en la casa de Mayra, era poco creíble que su entereza flaqueara si ahora, por ejemplo, teniendo la pierna entablillada seguía tan estirado como de costumbre.

Mostrando un sosiego que asustaba. Pero que se hubiera puesto nervioso ante mí insistente mirada tal vez revelara que no tendría una respuesta si yo inquiría acerca de su aspecto.

-No lo somos. ¿Qué te hace pensar que sería amiga de ella?

Alzó una ceja afilada y sus ojos color cielo me mostraron lo serio que estaba el asunto.

-Pasan mucho tiempo juntas, se guardan secretos, se ríen, salen juntas -se encogió de hombros- Necesito encontrarla, es importante ¿No la has visto?

Era claro que los policías aquellos ya le habían dicho las señas particulares de Hazel. Mayra era cosa del pasado, ahora su objetivo era la chica de piel morena. Por mucho que la odiara a veces, también la quería y debía protegerla de éste chico. Había un aire hostil en Ottoniel esta mañana, no solo era por su aspecto tan desmejorado, sino porque después de haber estado desaparecido toda una semana... Regresa y de pronto quiere ver a Hazel. No era buena señal, en lo absoluto.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora