13: Hechos inconclusos

30 9 4
                                    

El grupo de los habitantes de El Abismo siguió con paso rápido al poblado mientras Harshal se desviaba por entre unas rocas que se asemejaban a púas venenosas. Era hacia allí por donde se llegaba a la casa de su hermana.

Froylina se había escapado de casa una tarde luego de que su padre que igualmente era el de Harshal muriera repentinamente. En ese instante aún vivían sus dos hermanos mayores, y su madre Mileyda se encargaba de arreglarles los escudos para que substituyeran a su padre en las filas del rey Jocsan.

Layer, se llamaba su padre. No era el mejor soldado, pues tenía la mala costumbre de su individualismo. En el poblado se contaba que era un hombre callado, aunque la verdad era amante empedernido de la reflexión. Harshal y Froylina siempre creyeron que guardaba un secreto más grande de lo que su pecho podía soportar, y que siempre estaba rememorándolo incansablemente. A veces se le podía ver con los ojos fijos en el suelo mientras trabajaba remendando con hilos de cobre su armadura egipcia.

-Quizá pensaba en la muerte. -le dijo Froylina una vez, cuando todo había pasado- porque cuando al fin llegó... no estaba asustado. Como si la hubiera estado esperando para por fin descansar sus hombros del peso de ese secreto.

Y talvez era así. Porque cuando el rey Jocsan mandó a emplear a Harshal a su lado, ese secreto pasó a ser suyo y confirmó que su padre fácilmente podría haber sido un Atlas perfecto, como decían los griegos, con el mundo a cuestas. Mileyda se lo confió una noche antes, para que cuando llegara a estar frente al trono, no le fuera tan difícil.

En sus hombros, el peso de ese secreto no pesaba ya tanto, quizá porque el error no lo había cometido él, sino su padre. Pesaba más el hecho de ser él, Harshal, un alquímico en secreto como lo era su hermana y saber que la corona les pertenecía a ambos por eso y no a Jocsan y a su madre la sacerdotisa.

Aunque Harshal se obligaba a sí mismo a olvidar esa cuestión. No le gustaba recordar el hecho de su propia condición que lo diferenciaba del resto del pueblo, de las personas normales y que lo acercaba más a los hijos de demonios (como su hermana) y a los demonios mismos.
No se culpaba por temerle a esos hermanos lejanos, retrasados en su evolución, marcados por siglos de maldad y pestilente odio impuesto en esa maldición generacional.

Froylina le había dicho que la maldición era tan poderosa que afectaba sólo al alma y que de alguna forma esto bastaba para transfigura sus cuerpos de adentro hacia afuera con la maldad más virulenta.

Harshal les temía. Les temía como quien teme a una leyenda o a un destino mortal, porque, gracias al cielo, su hermana había sido el único demonio con el que se había encontrado en su vida. Pero sus hermanos mayores habían luchado contra demonios auténticos y no les había ido nada bien.
No. Harshal no podría gobernarlos. No sé podía gobernar a sí mismo, mucho menos un pueblo de demonios reconocidos y demonios escondidos.

Todos en El Abismo poseían la maldición, la ira milenaria que los abstraía del mundo y los cegaba con maldad y deseos oscuros. Harshal lo sabía, sus ataques de ira, cada vez más frecuentes, se lo recordaban. Si un habitante de El Abismo se dejaba llevar terminaría regresando a el estado demoníaco de los seres de las sombras.
A veces, cuando Harshal pasaba por la plaza de Oníria o, antes cuando aún servía al rey Jocsan, se adentraba en esas minas cuyos cristales le daban dolor de cabeza con su vibración atona, y veía a los esclavos, se preguntaba siempre lo mismo: ¿por qué no se revelan ellos mismos? Al ser golpeados y azotados, llevados al límite de sus fuerzas con los trabajos forzados y los maltratos ¿porque es que no se dejaban llevar por la ira y daban paso a la maldad que en todos andaba como un mal sueño?

Nunca pasaban del brillo purpureo en las iris de los ojos, apretar los puños y seguir trabajando, dóciles, como esclavos que eran.

Lo hacía reflexionar mucho a veces, como ahora, que se encontraba frente a la puerta de piedra de la casa de su hermana.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora