33: Noticias Desagradables

20 6 1
                                    

HAZEL

Era la segunda ocasión en que mi madre enjugaba el sudor de mi frente con un paño húmedo. No sabía si era alguna reacción alérgica a algo que había comido o algo parecido. Sin embargo, mi madre se mostraba enormemente preocupada por mí.

-Tu padre vendrá pronto, no te preocupes -repitió, con la consternación tatuada en su cara.

Su cabello negro y brillante caía casi sobre mí, que me hallaba recostada en su cama, que era el lugar en el cual me había atenazado el estallido de dolor. Ahora las preciosas fibras oscuras rozaban mis mejillas al tiempo en que aplicaba las compresas de agua fría en mi frente. Su fragante aroma llenaba mis pensamientos, embriagándome ligeramente con ideas extrañas.

Deseaba que esto se detuviera, porque el dolor no tardaría en regresar, según decía mi padre, podría ser una apendicitis. Se extendería por cada parte de mi abdomen y si llegaba a explotar en mi interior, no tenía idea de lo que podría llegar a pasar.

Sentía la compresa de agua sobre mi frente, pero los picores leves de las puntas del cabello negro de mamá eran lo más claro. O quizá los imaginaba así, con más intensidad de lo normal. Me pregunté si acaso esto tenía que ver con aquella supuesta habitante de El Abismo que en algún momento fuimos.

Janice seguro me tildaría de dramática por eso, pero ella no estaba aquí para reprenderme ni juzgarme. Lo que sentía era cierto y estaba ocurriendo.

Mi madre, que me había estado contemplando por mucho rato se incorporó de su asiento.

-Aguanta un poco iré por los calmantes, ayudarán con el dolor.

Mi mano, inconscientemente se aferró a su muñeca. Ella se detuvo y me dedicó otra de esas miradas de lástima que te hacen sentir miserable. Me di cuenta de que no quería que se fuera, que no quería quedarme sola con mis sombríos pensamientos sobre mi vida pasada. Pero, aun así, a pesar de todo, mi propio orgullo por no parecer débil me ganó y en vez de decirle que no se alejara de mi lado, que siguiera cuidando de mi como hacía cuando niña, dije:

-No tardes...

Ella asintió, pero la vi incómoda en algún sentido, inquieta. ¿Cómo no? Si su hija unigénita se estaba muriendo de un momento para otro.

Ya había tenido dolores abdominales por un par de días, de manera esporádica e intensa. Parecidos con aterrador paralelismo a lo que sintió Anania al ser atravesada por la lanza. Nunca imaginé que este dolor fantasma podía agravarse hasta este punto. Hasta ser real, me refiero. Cuando caí derribada, sin poder soportarlo, mis padres se preocuparon y con razón.

Cuando mamá salió de la habitación, realicé los movimientos hasta el momento más dolorosos de mi vida para incorporarme y sacarme el relicario del cuello y esconderlo entre el colchón y la base de madera. Si me llevaban al hospital, tendría necesariamente que dárselo a alguien, sea quien fuera y no podría correr ese riesgo.

Si alguien más lo abría, ni idea de qué peligros se podrían presentar. La última vez que lo había abierto permanecí varios minutos dedicada a su contemplación, los suficientes como para grabar en mi mente su delicada belleza. Pero a veces mis manos temblaban por querer despegar sus tapas y ver de nuevo a Sirakan de cerca... Bastaba con recordar lo que había pasado cuando lo abrí en casa de Mayra para detenerme.

El teatro. Mayra declamando sus poemas. Otto irrumpiendo el espectáculo. Todo era ya un sueño, porque de eso ya hacía otra vida, así de lejano lo sentía. Desde que habíamos empezado a aprender con Harshal, las cosas habían cambiado... tanto.

Mi madre regresó poco después, y no perdió tiempo en darme una reprimenda por estar casi sentada y cerca del borde de la cama. Había escondido el relicario a tiempo como para que ella no tonase mi mano entre el colchón y la base, pero no lo suficiente como para que ella no se apercibiese de mis tentativas.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora