47: Confesiones esperanzadoras

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Tras Nikola había estado un demonio que ahora ella podía observar con total claridad.

Su primera impresión, además de empuñar con mayor fuerza el guantelete de metal, fue echar a correr, con el terror indescriptible volviendo a inundar sus venas dándole la capacidad de correr. Pero sus ojos no se acostumbraban a las penumbras de ese abismo, por lo que en innumerables ocasiones se tropezó y se golpeó, pero su fuerza de voluntad la llevaba por el camino correcto, lo sentía.

Tenía presente que era un ser humano, una persona controlada por una maldición que corrompía su alma tanto como su propia materia viviente. Pero en varias ocasiones, cuando la bestia estuvo por darle alcance, ella tuvo que controlarse para no abandonarse al miedo.

Llegó a un punto en que ya no era Hazel Walsh corriendo despavorida con un demonio pisándole los talones, con su bocaza de doble fila de dientes mórbidos a nada de desgajarle la cabeza de una mordida, sino Anania, una autentica habitante de El Abismo evadiendo el hambre de uno de sus propios hermanos demoníacos. Cuando más se dejó llevar, se ocultó tras las rocas, en una posición que como Hazel nunca hubiera logrado emular, pero ahora la recreaba a la perfección para dejar atrás al demonio. Harshal estaba cerca, lo sentía, pero esté que la perseguía era otro habitante de El abismo. Su aura, la de su amigo, era una firma inconfundible a pesar de los sentimientos que la tergiversaban.

El ser pasó de largo, atraído por algo más allá de las rocas en las que ella se hallaba y Hazel volvió lentamente a pensar como ella de nuevo. Sonrió, Anania siempre estuvo en ella y ahora más que nunca le alegraba ser parte de ella en algún sentido. Sus memorias eran horrorosas sombras en sus pesadillas, pero sus experiencias eran fuente de sabiduría ahora. Miró su mano, envuelta en el guantelete de metal de uno de los tantos abuelos adoptivos de Jocsan. Y con delicadeza abrió y cerró los dedos, haciendo brillar el metal a la luz rojiza.

—¿Hasta qué punto existes en mí? —dejó que las palabras se perdieran en el silencio y se evaporaran con la voluta de humo platinado de su aliento. No había reparado en el gélido ambiente, pero tampoco en que hacía rato que no sentía los pies descalzos.

En eso, un sonido extraño rasgó el silencio. Hazel, aún escondida, agudizó el oído. Sea lo que sea que, hacia ese sonido, era humano. ¿Quedaba algún ser humano sin convertir en El Abismo? Probablemente Janice.

Bajó de entre las rocas, siendo recibida por la tierra fría y removida, así como compactada por el constante paso de los habitantes de El Abismo. Y se dirigió a la pared que estaba contigua a la suya, había una cueva extraña en él que se adentraba pocos metros en la negrura, pero que era iluminada por un agujero en el fondo que comunicaba con el exterior.

Algo se movía al otro lado, tapando y destapando el resquicio de manera intermitente con su movimiento. Hazel supo de quién se trataba antes de verlo con sus propios ojos; no había otro como él. Su amiga se había encargado de mencionárselo en innumerables ocasiones. Atraída por los sonidos que Harner hacía mientras luchaba, se acercó, con su corazón latiendo cada vez más rápido al darse cuenta de lo que sucedía. El ser con el que peleaba no era cualquier habitante de El Abismo. Era Harshal. Podía sentirlo. Su alquimia vibraba de manera diferente, como si su esencia misma se distorsionara.

Qué extraño resultaba que los dos hombres cuyas vidas estaban entrelazadas con las suyas y las de Janice también estuvieran en este lugar, corriendo peligro. No tanto por los demonios o por Jocsan, sino por ellas. Especialmente por Anania. Nadie sabía lo que Janice podría hacerle a Thais, atrapado en el cuerpo de Harner, cuando lo encontrara... si llegaba a percibirlo.

El resquicio era lo suficientemente grande como para que Hazel pudiera ver la cabeza de Harner y parte de la frenética batalla que libraba contra el ser infernal. El demonio, enorme y grotesco, atacaba con una furia implacable, mientras Harner intentaba defenderse con un arpón más grande y pesado que cualquier arma utilizada por cazadores de ballenas. A pesar del terror evidente en su rostro, se mantenía firme, decidido a no caer tan fácilmente.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora