22: Un Nuevo Secreto

17 7 7
                                    

HAZEL

El árbol de Ignacio no podía estar lejos, ya casi me memorizaba el camino por las continuas idas y venidas que Reginald y yo hacíamos, por los encuentros que tenía con Janice ahí para seguir investigando y, encima, cuando yo venía sola a pasar el rato en vez de ir al teatro al que ya no me permitían regresar. No obstante, aun debía caminar sin un rumbo exacto, mirando atentamente por si veía unas ramas desnudas sobresalir por encima de algún tejado.

Reginald iba a mi lado, casi sentía que solo me estaba siguiendo en vez de guiarme él a su casa, a su supuesta casa, pero aun así eso no era problema para mí. Estar en su compañía se sentía como un triunfo, considerando lo cotizado que era.

—¿Sabes? —dijo de pronto— no había notado que tienes ojeras.

—Ventajas de la piel oscura.

Llevé ambas manos a mis ojos para tallarlos mientras un bostezo nada femenino agrandaba mi boca, el cansancio que sentía no debía equipararse al que Janice estaría atravesando, pero yo no me quedaba atrás. No habían pasado muchos días, apenas los suficientes como para que la falta de sueño ya estuviera haciendo mella en mí de formas raras. Pesadillas, y pensar que antes me era difícil hasta tener sueños, ahora Jocsan venía por mí en ese huracán de arena más seguido de lo que me gustaría admitir. Lo escoltaba ese otro hombre, el que me cerraba el paso tras mi espalda y del que no podía ver más que su figura y saber, que no tenía intenciones de ayudarme.

Daba gracias, porque mis horribles sueños, con arena dorada manchada de rojo, no eran nada comparado a lo que Janice presenciaba y vivía al cerrar los ojos. Tanto que menosprecié sus relatos, cuando pálida y ojerosa intentaba contarme cosas que yo no deseaba oír, y ahora parecía una competencia de quién sufría más por las noches.

—Casi no he dormido. —gruñí— tengo malos sueños, los mismos casi todas las noches.

—¿Sí? ¿Qué es lo que sueñas?

Me mordí el labio e inventé un sueño artificial sobre cosas típicas y sin sentido, de los sueños que tenía antes. Aunque Reginald era un casi algo para mí, no era mi confidente de sueños y además ¿Cómo se le explica a alguien que sueñas con una muerte vengativa, extremadamente dolorosa y traumática a manos de un sádico que encima visita en sueños a tu amiga/no amiga?

Por suerte, yo no estaba tan mal. Ni ira, ni ninguno de los sentimientos malos de Janice hacían presa de mi persona por las noches, sino tristeza y desaliento. Cuando Jocsan alzaba sus garras hacia mi rostro, o su afiladísima daga, yo ya me sentía derrotada.

—Hey, pues, tampoco es para tanto —lo desacreditó él— esas no deberían ser cosas que te quiten el sueño.

—Talvez... —me resigné, caminando como hipnotizada, debía de llevar cinco minutos así, casi durmiéndome rememorando el brillo dorado en las hojas manchadas de sangre de sus garras metálicas, hasta que Reginald me tomó de los hombros y me dio un leve sacudón. Abrí grandes los ojos, mirándolo frente a mí, él tenía una sonrisa juguetona, se echó a reír como hacía a veces, en circunstancias normales yo también habría reído, pero se suponía que yo seguía molesta con él.

—Hoy estás en las nubes, Hazel. ¿Segura que piensas en esas pesadillas? ¿O es alguien más el que ocupa tu mente? —había un tono incitante en esa frase, el decirlo tan cerca de mi rostro o el hecho de que aun me estuviera sosteniendo por los hombros, pero no evité sonreír a medias.

—Después de todo este tiempo ¿todavía te preguntas quien está en mi mente? —sonreí tristemente, intentando ser sarcástica, pero soné más fría de lo que me propuse.

Había intentado usar el método de alejarme e intentar castigarlo con mi silencio y que se diese cuenta de que me había ofendido. Pero el chico no era tan listo como parecía, o al menos lo era dentro de lo que un chico podía serlo, y eso no incluía el poder captar indirectas. Demostró sentirse a sus anchas cuando yo me alejé de él, sin obstáculos para hacer lo que quisiera y hablar con cuanta chica quiso. Cosa que me mantuvo en depresión por algunos días, la vida parecía haberse drenado de importancia muy lentamente, ahora todo eran pesadillas, dolor de cabeza, joyas, inscripciones y letras enrevesadas, miedo, terror, Janice, Jocsan, Otto, Mayra e Ignacio.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora