37: Telegrama nocturno

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JANICE

Hoy regresaría Harshal. Lo sabía. Ya habían pasado tres semanas, era suficiente tiempo para ir y venir, suponiendo que no se hubiera quedado atrapado o le hubiese ocurrido algo de lo que no nos habíamos enterado.

Hazel había estado incomunicada durante el mismo tiempo.

Me hubiera parecido sospechoso si no hubiera visto sus fotos en las redes sociales al lado de Maresa y Darleny. Harshal había pasado por mi casa, o lo que quedaba de ella, la noche que se fue para hablarme brevemente de la curación de Hazel, pero hubo varios momentos en los que su silencio me aterraba. ¿Tan mala podía haber sido la reacción de esa cabezota? Él no me aclaró nada, su rostro expresaba confusión y algo más. Algo oculto e indescifrable.

De pronto parecía como si las cosas se hubieran vuelto como antes. Ella apartada de mí, y yo por mi cuenta trabajando para ayudar a mis padres. A excepción, claro está, de que ahora ni yo me podía refugiar en el baloncesto ni ella en su teatro. Sin mencionar que ahora nuestros corazones parecían estar rotos de la misma forma.

Reginal había vuelto a la normalidad como Mayra, y parecía haber olvidado todo lo que pasó, se pavoneaba con otras dos chicas en los pasillos y había oído que Maresa y él se veían detrás de los árboles de araucaria. No obstante, Hazel daba una impresión parecida, de haber tomado todos los recuerdos y haberlos atrincherado en la papelera. Hasta la llegué a ver coqueteando con un chico a la salida del cole.

¿Qué estaba pasando?

Ahora era ella la que me evitaba a toda costa. Nuestras pláticas eran escuetas y frías. Y el tema de Anania no ha vuelto a surgir entre las dos...

Salí del baño y me enfundé en una toalla. Desde que la casa se quemó, mis padres parecían mantenerse en constante estado de irritación. Si el dinero escaseaba antes, para este momento necesitábamos más que un milagro para sobrepasar los obstáculos. Me vestí con la ropa que mi prima me prestó, demasiado entallada para mi gusto, pero de todas formas era a lo poco que podía aspirar. Antes de salir de su casa le di las gracias por prestarme también su ducha. Después regresaría al pequeño cuarto alquilado.

Se suponía que debía ir al trabajo, medio tiempo en el mini restaurante de una gasolinera, pero por alguna razón, mis pasos me llevaron al mango ácido de Ignacio. La cantidad de verde que ahora lo adornaba transformaba el semblante de la casa, me daba por pensar que la esperanza seguía viva. Ya no era lo mismo la casa sin Harshal, sin esa estorbosa y tan cambiante Hazel.

Después del colegio, era el trabajo y tuve que ir porque así debía ser. Ya no podía reponer el sueño de las horas de la tarde por estar atendiendo a la gente y trabajando duro, mi cansancio era una locura al regresar al cuarto alquilado. No bien llegué, caí dormida, no esperé a ver si mis padres regresaban de sus trabajos o si ese día alguno lo pasaría en otra ciudad como a veces pasaba. Me abandoné al cansancio y a las pesadillas.

Tras el desfile inicial de imágenes perturbadoras, de sangre y los sonidos acompasados de gritos inocentes y no tan inocentes, me desperté. Como pude, me incorporé en el colchón del suelo. La impresión era avasalladora, pero el mensaje era claro: Harshal. Había vuelto.

Las lágrimas picaron en mis ojos y con la emoción a flor de piel salté en la oscuridad tratando de encontrar mis zapatos. Yo no había aún desarrollado la visión del movimiento a través de la alquimia, me era algo inalcanzable por el momento, por lo que me dispuse a tantear en la oscuridad.

El sueño me había caído y en él, Harshal se manifestó como solo él podía hacerlo. Esta vez, nuestro esclavo no había hecho acto de presencia, como otras veces, en viajes astrales lucidamente reales, sino que sus palabras irrumpieron en mi subconsciente en ese punto en el que uno se encuentra entre este y el otro plano, en ese umbral difuso en el que el tercer ojo se despeja.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora