32: El nombre de un traidor

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JANICE

Yo me sentía muy idiota junto a Maresa cuando ella demostraba sus pericias informáticas, ya que no había día en el que no me recalcase que erré de forma olímpica al escoger esta carrera de tres años y complejidad nivel dios. A mis dieciocho años muchos de mis conocidos de mi edad, que habían escogido otras carreras más sencillas y cortas, ya llevaban un año en la universidad, y me lo restregaban en la cara cada vez que podían.

A mediados de este, mi tercer y último año en esta carrera, en innumerables ocasiones me había cuestionado mi decisión por la informática, cuando pude escoger cualquier otra de las carreras que ameritaban solo dos años de estudio. Y es que talvez fue mi estúpido deseo de sobresalir, mis inseguridades o mi flojera, pero todo apuntaba a la informática cuando a mis quince años me pusieron sobre la mesa las cinco carreras.

Pero ahora, sé con certeza que no fueron ninguna de las anteriores razones. Fue únicamente para seguir tras de Hazel y Maresa, que habían escogido antes que yo y a las que se les daba mejor la programación, el diseño web y la informática en general.

—Malditas inseguridades. —rumié por lo bajo cuando Maresa apagó la pc y nos dejó los códigos impresos en cinco planas para recuperar los puntos perdidos por el trabajo de ésa mañana y que iba en el puntaje de examen de las próximas semanas.

Quizá parte de ese deseo mío por alejarme de ellas fue el que me empujó a hacer el examen de admisión en la universidad de la capital para la licenciatura de derecho, cuando ellas escogieron turismo e ingeniería en sistemas. Y no tanto porque me interesara la jurisprudencia, sino más bien para escapar de ambas. Nuestras relaciones eran tan tóxicas que apenas y podía entender porque éramos amigas. Sin embargo, le tenía cariño a Hazel, más ahora en que habíamos descubierto esto tan maravilloso que nos unía.

A mi mente acudían mil y una situaciones en las que Hazel se había pasado de lista conmigo o con Maresa. A pesar de que tenía un carácter igual de fuerte que el de Hazel, la guerra era conmigo. Dos contra una, injusticia en toda la ley.

Ahora se suponía que Hazel y yo éramos algo parecido a amigas, y digo parecido porque aun con todo lo acaecido con Harshal, las pesadillas, nuestras visiones, el pergamino, el estúpido Otto y lo que sea que tenga que ver Ignacio con nosotras y nuestras joyas... a pesar de eso, aun había marcadas diferencias entre esa chica y yo que no nos dejaban tranquilas.

—Buenos días, Janice.

Todos los pensamientos incoloros desaparecieron de mi cabeza al contacto de esos sonidos en mi oído. La espontaneidad de mi sonrisa era completamente justificada.

—Buen día, profesor. —Harner había estado tras mío por lo visto desde hacía un rato, le sonreí observando sus ojos marrones. Ya hacía varias veces que yo lo había estado evitando, pero él parecía no hacer mucho caso al respecto. Salvo la otra vez, en la que su respuesta evidenció cierto resentimiento, se podía decir que estábamos en buenos términos.

—¿Y Hazel? —preguntó extrañado— no la vi ayer contigo ni hoy tampoco. ¿Se encuentra bien?

—Se ha estado quejando de dolor abdominal —comenté con precaución, ya que no sabía exactamente si aquel acceso de dolor que presentó en el viaje astral contaría como una verdadera excusa— pero no creo que sea nada verdaderamente grave, profesor.

Harner asintió y sus ojos se desviaron un instante para después regresar a mí. Había algo como una melancolía en sus rasgos que antes no tenía y que nunca le había visto.

—Usted se encuentra bien ¿verdad? —me atreví a preguntar.

Una débil sonrisa mariposeó en su rostro— Todo se encuentra en orden, salvo el hecho de que mi mejor alumna está faltando demasiado a mi curso de literatura. Y eso me tiene preocupado.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora