24: Una Visita A Los Recuerdos

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HAZEL

Cuando janice y yo estábamos mirando a Harshal, él bebía otro poco más de café mientras cerraba los ojos, disfrutando del sabor. Era el chico más raro que yo hubiera visto en mi vida, sin duda, no obstante, me era sumamente curioso. Tenía el cabello muy negro, al igual que los ojos, pero había algo luminoso en él y aun no sabía qué era exactamente. Janice y yo nos mirábamos de vez en cuando.

Ella quería creer, lo veía en sus cansados ojillos ojerosos, ella quería que esto fuese real y que este chico no desapareciera en cualquier momento. Bastaba ver como sujetaba la mano del chico y como casi pegaba su rostro a su palma, observando la cicatriz, la misma que se había abierto en su sueño al jurar lealtad. Él parecía tímido y algo ansioso, pero contrario a lo que esos dos factores podían ser en muchas personas, a Harshal solo lo volvían adorable. Y no me gustaba eso.

—¿Qué hay de Reginald? —volví a traer el tema a la mesa, porque, aunque Janice estuviera encandilada con la posibilidad de un nuevo aliado, yo aun no podía terminar de confiar en él.

Harshal bajó la taza y se pasó discretamente la lengua por el labio superior mientras me miraba, Janice aun no soltaba su mano y él no hacía el menor esfuerzo por quitársela. Se veía honrado porque "su señora Jazira" le sostuviera la diestra, aunque Janice solo estaba admirando y recordando el sueño al examinarle la mano.

—¿Desea que lo traiga aquí para que confirme que está bien? —no había sarcasmo ni nada que sugiriera que se burlaba de mi al decir eso, estaba genuinamente a nuestro servicio. Sus ojos grandes expectantes.

La verdad es que después de darme cuenta de todo lo que me había dado cuenta hacía menos de una hora sobre Reginald, no me quedaban ganas de verlo de nuevo.

—No, que se las arregle él solo —gruñí por lo bajo— ¿Estás seguro de que estará bien?

Él abrió la boca, dudó, dio otro sorbo al café y tarareó de gusto.

—No completamente seguro —negó por fin— es la primera vez que lo hago. En teoría, a los alquímicos no se les debería dificultar entrar en las mentes de los hombres y cambiar o destruir lo que deseen. Pero yo no soy tan poderoso.

—Alquímico —repitió Janice alzando la vista a Harshal— ¿qué es? El pergamino de Ignacio hablaba sobre eso.

—Pues, la alquimia... Pues son ustedes, mi señora. —bajó la voz y nos volvió a examinar con la vista otro tanto más, hasta que yo me puse incómoda— Ustedes son la máxima representación de lo que es la alquimia. Es el poder que se haya encerrado en ambas, mis señoras, el poder que se les otorga a los destinados a gobernar.

—¿Poder? ¿En nosotras? —lo miré de arriba abajo con desconfianza— ¿atravesar paredes y hacer vomitar plumas?

Harshal separó los labios, confundido, pero Janice le explicó con pocas palabras lo que a ambas nos había pasado, lo de esas malas experiencias. Todo eso desagradable que nos había aterrorizado por semanas.

—No tienen idea de cuanto me alegra oír eso, mis señoras —dejó escapar un suspiro de alivio— por un momento creí que ni siquiera habrían descubierto su alquimia. Eso lo hubiera complicado tanto.

—Pero ¿Cómo demonios es que esas cosas son la alquimia? —insistí, sin comprender lo que había de poderoso en esas vergonzosas circunstancias.

—La alquimia es más que eso —intentó explicar Harshal al ser soltado por fin por Janice, abrió y cerró la mano entumecida un par de veces— es un poder oculto, solo otorgado a unos pocos desde hace eones a nuestro pueblo. A los que somos poseedores de él, se nos ha dado una responsabilidad muy grande: gobernar nuestras naciones, protegerlas, ayudarlas a progresar. Es crear, destruir, cambiar, tergiversar, hacer del universo lo que nuestras manos y mentes quieran hacer. Por eso es que es tan grande la responsabilidad, en la antigüedad, los alquímicos eran como dioses, hasta que se demostró que moríamos como hombres normales.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora