53: Corazones Entre la Ruina

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HAZEL

Yo también lo reconocí, y sentí un escalofrío recorriéndome la espalda. Era Jocsan pero a la vez no lo era. Su presencia era diferente porque todo en él era diferente, llenaba el ambiente de una amenaza palpable como siempre, pero había algo tan profundo, tan nuevo que sin la ayuda de mi vista realmente no habría entendido qué era. Había cambiado desde la última vez que lo vi.

Su piel estaba marcada por cicatrices profundas, su cuerpo corrompido por la oscuridad demoníaca. Tan negra como el universo, como una oscuridad sólida y tangible, Jocsan se había transformado en demonio. Sus ojos, ahora purpúreos como de un fuego avivado, brillaban con una ira y un odio indescriptibles.

Por supuesto... ¿Cómo demonios no había previsto esto? Jocsan era hijo de un habitante de El abismo. ¡Era medio hermano de Harshal! Cuando Anania a través de mi extendió su ira como una plaga a todos los habitantes de El Abismo, buscando tocar la maldición en cada alma, también había encontrado a Jocsan.

¿Esa sería la razón por la que Talaya había escapado? ¿Por qué ella misma no había previsto que esto podía llegar a suceder? 

—Janice —se acercó Harner a su lado, en un inútil esfuerzo por protegerla.

—ÉL también tiene la maldición —le murmuré a Janice, como si fuera necesario decirlo— ¿Porqué no lo liberaste a él también?

—¿Porqué no lo sentiste antes? —escupió Harshal con un aborrecimiento palpable— ¿porqué a él no pudiste sanarlo?

Harshal dio un paso adelante, sus puños temblando por la excesiva fuerza con la que los oprimía. Sabía lo que estaba sintiendo, no hacía falta ser alquímica para saberlo. Jocsan no solo era nuestro enemigo, también era el hermano de Harshal. Y ahora, venía a cobrarse su venganza.

—No lo había sentido... No estaba aquí... Literalmente acaba de aparecer en mi rango de visión alquímica —suspiró Janice, desconcertada— como si... como si hubiera venido de Rhem...

—¿Me recuerdas, Jazira? —dijo con una sonrisa torcida en su rostro. Enormes dientes mórbidos adornaban de una forma macabra su boca. Su voz era un eco grave, casi como si resonara desde las profundidades del Abismo mismo—. Tú y Saray, o mejor dicho, Anania... deberían haberse quedado muertas hace mucho tiempo.

El nombre de Anania resonó en mi mente como un trueno. Fragmentos de recuerdos enterrados en lo profundo de mi alma comenzaron a surgir. Nos habían marcado con su odio, y esa herida nunca había sanado por completo. Ahora estaba aquí, frente a nosotros, buscando terminar lo que empezó.

—Jocsan... —mi voz tembló, pero me obligué a enfrentar su mirada.

—Esto es una sorpresa para ustedes ¿verdad? —sonrió, acercándose un paso a nosotros— no negaré que lo es también para mi...

Bajó su mórbida mirada a sus manos, aun enguantadas en metal. A pesar de su transformación, conservaba la conciencia, la voluntad y su fría y despiadada inteligencia. El terror que sentí entonces no lo había experimentado nunca.

—Deja que se vaya la gente —alcé mi voz, haciendo acopio de mi poca fuerza de voluntad— esta guerra es entre Anania y tú, no tiene porqué haber más heridos... ya ha muerto todo Catarsis y Oniría.

Jocsan me miró con un odio que quemaba, pero al fin asintió— Como quieras, después de todo, esto no es por el pueblo, es por el poder... Que se escondan como las ratas que siempre han sido, ajenos a la verdadera maldad, cegados por sus comodidades, no tardarán en morir ante la adversidad de la devastación.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora