40: Gotas de rubí

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HAZEL

Maresa me miró de hito en hito y yo hice lo mismo. Una risa nerviosa brotó desde el fondo de su garganta. Ambas miramos a Janice irse, cojeando levemente con dificultad.

—No creerás que...

Alcé las manos— Prefiero concederle el beneficio de la duda. Janice ha cambiado mucho últimamente. No hay razón para no creer que también se haya aventurado a hacer una trastada como esa.

Pero el corazón se me encogía. Los remordimientos empezaron a bailotear en mi pecho y en mi alma. Harner se había visto como un adolescente nervioso, alborotado por emociones que no entendía, parecía al borde de un ataque de pánico, pero eso no quería decir nada. ¿O sí? Janice, aquella gordita tímida y desequilibrada ¿podía haberle robado un beso a ese hombre? Y el día del eclipse y del regreso...

La rubia se puso de pie.

—Tú también has cambiado —me acusó— Pero me da igual. Luego las interrogaré debidamente.

No le pregunté a donde se iba, pero sospechaba a donde y con quien. Ella y Reginald se veían muy a menudo y estaba segura de que entre ellos pasaba más que una simple relación entre compañeros. Y conociendo lo salvaje que podía ser Maresa, no cabía duda de que iba a cobrárselas todas esa noche. En algún sentido, me dolía. No por Maresa, esa chica podía meterse con cualquiera si él se hallaba dispuesto. Sino con Reginald. Mucho había pasado entre ambos, pero era más lo que no pasó, y, aun así, parecía que...

No, no había sido tampoco solo culpa mía y suya. También de Harshal.

Mi corazón se oprimió de nuevo. La ansiedad que sentía era dolorosa. Era un veneno ardiente que me calaba interiormente hasta destruirme. Lo seguía extrañando más de lo que podía llegar nunca a admitir y eso me descolocaba al completo. Esa noche era la noche de la que él hablaba ante de que se fuera. Era la noche del regreso de Anania. 

¿Seguiría vivo aun Harshal? ¿cabía aun la posibilidad de que...?

Aparté de un manotazo todas las emociones y sentimientos. Había tratado de anestesiar mi corazón por mucho tiempo. Demasiado. Y ahora no quería seguir pensando o destruiría la poca estabilidad que aun tenía. Sabía que Janice pensaba regresar, que ella había de alguna forma seguido practicando hasta el punto de ser más Anania que Janice. Había cambiado mucho, pero para mal. Se había cerrado sobre sí misma hasta el punto de volverse más callada que nunca.

Y no me extrañaba que hubiera robado un beso a Harner ahora, después de todo, Anania lo habría hecho.

Talvez Janice creía que no iba a regresar. Que la guerra la consumiría y que moriría salvando a su pueblo... como toda una mártir. De no haber cambiado yo misma, habría sentido eso como algo patético, pero no lo era en absoluto.

Talvez Maresa tenía razón, y debía ir a vigilar lo que sea que Harner quería de Janice. Por precaución... Janice no era la misma de antes, quien sabe qué podría pensar en un momento de aturdimiento. Si Anania era capaz de besar de la nada a alguien, de la misma forma podía desollarlo vivo. Y talvez era yo la única que podía impedir que eso sucediera.

Me puse en camino, el campo no estaba tan lejos de la institución y de la fiesta, estaba tras las últimas aulas de los laboratorios de informática. Si me apresuraba, talvez podría hacer tiempo para poder instarles a mis padres para regresar a casa antes de que el eclipse se produjera. Porque sí, tenía pensado irme lo más rápido posible. No dejaría que esa luz rojiza me iluminara, y que despertara los recuerdos que aun no habían salido a la luz. Si Janice fuera más lista, habría hecho lo mismo o algo parecido.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora