50: A mano

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JANICE

Después de contarle a Harner todo lo que hasta entonces sabía, todo sobre Anania, sobre Hazel, El Abismo, Catarsis y Oniria, lo que se le acababa de revelar a Hazel por Nikola y el asunto de Ignacio, él se había quedado procesándolo todo. Parecía que intentaba creerlo pero que no lo conseguía al completo. Parecía simplemente dolerle la cabeza de tanto pensar.

—No le pido que me crea —murmuré al finalizar— porque nosotras tardamos algunos meses en terminar de aceptar toda la verdad. 

—Yo... —intentó decir, pero se quedó callado un momento. Yo no lo presioné para que siguiera hablando, todo lo contrario, le di su espacio y me mantuve en silencio al lado de él.

El frío, la oscuridad, la tierra semi removida y las capas delgadas de hielo que cubrían algunos tramos de terreno crujían mientras caminábamos. Nuestros alientos se condensaban en el aire y Hazel temblaba suavemente. El vestido que portaba, así como el mío, eran terriblemente inapropiados para un trayecto por tal sitio. Volteé al profesor, sabía que él no se quejaría, por eso tuve que sondearlo para adivinar si sentía lo mismo. Al ver a Harner congelándose de a poco, sus manos pálidas y la piel del rostro enrojecida por el viento gélido, usé mi alquimia para crear para nosotros tres ropas especiales, ropas de habitantes de El Abismo.

—¿Porqué tu gente viste estos colores? —preguntó él al observarse, la túnica con mangas y la capucha de tela gruesa pero áspera. 

—Es el recordatorio de lo que llevamos dentro, la maldición. —respondí, observando cómo el profesor estudiaba la túnica con una expresión a medio camino entre curiosidad y algo que podría haber sido preocupación.

—¿Maldición? —preguntó Harner, sus ojos se entrecerraron levemente, como si quisiera desentrañar más allá de las palabras.

—Sí... —murmuré, mirando hacia el horizonte congelado—. Los colores oscuros y profundos nos recuerdan la oscuridad que habita dentro de nosotros. El purpura por el color que domina en los ojos de los demonios. El rojo por la sangre que derramamos. No importa cuánta luz tengamos, siempre hay sombras. Esa oscuridad está presente en cada habitante de El Abismo, y nos marca, nos define. No todos pueden dominarla. No todos sobreviven a ella.

El profesor no dijo nada por un momento, y sentí su mirada pesada sobre mí, como si intentara leer entre líneas. Sabía que no sería fácil para él aceptar lo que yo estaba diciendo, pero también sabía que en su corazón, Harner era un hombre capaz de entender. Lo había visto en sus ojos cuando me habló sobre la vida antes de todo esto, cuando se atrevió a cuestionar a los dioses y el destino.

—Es mucho para digerir... —dijo finalmente, rompiendo el silencio tenso—. Pero puedo ver que lo crees. Que lo sientes.

—Lo siento en cada fibra de mi ser. —admití, con una pequeña sonrisa triste. —El Abismo no es solo un lugar, Harner. Es un reflejo de quienes somos. Es una prueba constante. No todos sobreviven, no todos vuelven siendo los mismos.

El viento seguía soplando, aunque ahora nuestras ropas nuevas bloqueaban el frío que antes se sentía como cuchillos contra la piel. El terreno seguía crujiente bajo nuestros pies, pero la atmósfera a nuestro alrededor había cambiado, volviéndose más pesada, más solemne.

—No es solo una guerra de territorios, ¿verdad? —Harner me miró con una seriedad renovada—. Esto va más allá... es una guerra dentro de ti misma.

Mis pasos vacilaron por un instante, porque sabía que había dado en el clavo. Mi batalla no era solo contra Silence, Jocsan o Talaya. Era contra lo que ellos habían hecho conmigo. Contra la oscuridad que había crecido dentro de mí, como un veneno lento que se extendía por mi alma. Harner lo había comprendido sin que yo lo explicara, y eso me aterrorizaba.

Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora