54: El renacer de la Alquimia

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JANICE

El aire a mi alrededor era un torbellino de caos y desesperación. Sentía el frío metal de la lanza de Silence atravesando mi abdomen, su filo cruel punzando mi carne y desgarrando mi alma. La presión era insoportable, una mezcla de dolor físico y emocional que me dejaba casi sin aliento. A mi lado, Hazel se arrodillaba, sus ojos llenos de pánico y desesperación.

—¡Janice! —su voz, quebrada por el miedo, resonó en mi mente. Ella se había convertido en mi amiga, y ahora me veía desmoronarme ante sus ojos.

Intentó gritar, pero su voz se quedó atrapada en su garganta. Todo sucedía tan rápido, tan brutalmente, que mi mente apenas podía procesarlo. Mi respiración era un jadeo doloroso, cada inhalación un tormento que parecía rasgarme el alma. No estaba preparada para el dolor, mi cuerpo resistía, pero sabía que si no sacaba la lanza, podría desangrarme.

—¡Janice! —Su voz finalmente escapó, rota y desesperada. Se arrodilló junto a mi, sus manos temblorosas buscando algo, cualquier cosa que pudiera hacer para salvarme. Eso me enterneció, ella de verdad se preocupaba por mi. Pero la herida era demasiado profunda, la lanza seguía clavada en mi abdomen, y mi alquimia, nuestro último recurso, parecía imposibilitada ante el barullo de tanto dolor.

Otra vez. Esto nos lo estaban haciendo otra vez. Malditos... usaron el mismo método de la vez anterior, explotar la debilidad de la alquimia, el extremo dolor como distracción.

Silence y Jocsan se acercaban, sus pasos marcados por una calma perturbadora. Jocsan, con su mirada fría y decidida, sostenía en su mano la daga del alma, el mismo objeto que nos había separado en un pasado doloroso. Parecía un colmillo acerrado, con la apariencia de un viejo cuchillo de hueso y cristal, depravadamente oscuro, letal, símbolos esotéricos decoraban la hoja. Un objeto tan cargado de maldad que el aire a su alrededor vibraba con una especie de aura perversa. Era una herramienta de muerte. 

Me aterraba pensar en lo que podrían hacernos ahora. La daga parecía absorber la luz roja de Sirakan a su alrededor, como si estuviera lista para devorar cualquier atisbo de esperanza que nos quedara. Esa daga nos reconocía y nosotros a ella.

—Hazlo ahora, y acaba con esto. —La voz de Silence era baja pero firme, cargada de una autoridad incuestionable. Él ya no tenía paciencia para más juegos. Los dos cristales en su rostro brillaban levemente, hilos de sangre seguían bajando por sus mejillas y entre sus ojos, manchando su ropa fina de la realeza.

—Esta es la muerte definitiva —le gruñó Jocsan, más un rugido que un grito, su forma demoníaca alzándose por encima del rey de Catarsis— lo haremos a mi manera... lenta y dolorosamente.

El terror se apoderó de mí. Estaba asustada, aterrada de lo que se avecinaba. Sabía que no teníamos muchas opciones, pero también sabía que la única esperanza que nos quedaba era un último sacrificio. Algo que Nikola había hecho antes... un sacrificio que nos liberaría de esta condena, pero también nos dejaría vulnerables momentáneamente.

—Hazel, escúchame... —logré murmurar, esforzándome por mantenerme consciente. Mi cuerpo temblaba, luchando contra la marea de dolor y fatiga. Hazel miró hacia mí, sus ojos llenos de lágrimas y terror. Sentí su mano temblorosa buscar la mía, entrelazándose con fuerza. El deseo de protegerla, de salvarla de este destino, me invadió— No... no dejes que acaben con esto... Hazlo... haz lo que Nikola hizo. Arráncate el cristal...

Era un riesgo aterrador, una decisión que podría costarnos todo, pero sabía que era nuestra única esperanza. Yo estaba imposibilitada momentáneamente, pero si lograba hacer que Hazel recuperara su alquimia, entonces ambas podríamos luchar codo con codo. La confusión se dibujó en el rostro de Hazel mientras mi cuerpo se retorcía en agonía. No había tiempo para dudar. Ella debía hacerlo, y yo debía seguirla. 

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Un Abismo Entre Catarsis y OniriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora